A la espera, como una pieza de caza mayor. Así cayó abatido el toro que el pasado domingo se emboscó en un maizal de más de 22 hectáreas de superficie del término de El Piñero.

La dos rehalas de perros de caza -una de Sanzoles y otra de Fuentelapeña- soltadas para acosar al novillo y hacerlo salir a campo abierto fracasaron en su cometido por más que en las frondas del maizal sonara la ladra de las jaurías como si trabajaran en un coto poblado de venados y verracos.

El alcalde, José Luis Riego, y otros muchos seguidores pasaron las horas muertas al atisbo de que el animal saliera por alguno de los frentes de un cultivo de maíz con plantas de casi dos metros de altura. Pero todo resultó en vano porque el astado prefirió mantenerse en las sombras. El regidor y cuantos hicieron vigilancia pasaron el día del domingo con el simple desayuno. «Aquí estamos sin comer ni dios que lo fundó» decía el alcalde a las siete de la tarde.

Fue en el silencio del crepúsculo cuando el toro asomó su cuerna de entre los maíces para recibir el seco disparo que acabó con su vida. Apostados a la espera permanecían algunos agentes y al aparecer la presa le liquidaron poniendo punto final a una odisea que arrancó a las 11.00 horas de la mañana.

«El toro salió por su propio pie, con dirección a Venialbo», al decir de José Luis Riego, cuando reinaba el silencio.

Abatida la pieza taurina, el cadáver fue transportado hasta una corrala del pueblo y allí seguirían todavía los pesares porque, al ser la festividad de Santiago, los intentos porque el servicio de recogida de cadáveres se hiciera ayer cargo del animal también fueron vanos. Empero el Piñero siguió ayer su curso festivo con otras ocupaciones como el homenaje a las personas mayores, la procesión con la imagen de Santiago Apóstol y, por la tarde, la suelta de vaquillas, donde los aficionados dieron rienda suelta a las emociones haciendo frente a las acometidas.