Los tabareses pleitearon una y otra vez para conseguir la supresión del pagos de las rentas y prestaciones que debían dar al Marquesado de Tábara, pero no lo consiguieron, ni cuando en el año 1811 por las Cortes de Cádiz y por la ley de 1837 en teoría era abolido el régimen señorial. Si tenían la razón no se la daban, que el Señor mantenía su poder, y cuando la tenían pues se la quitaban.

Cuando el siglo XIX caminaba hacia su final el Marquesado de Tábara estaba en manos de la duquesa viuda de Pastrana, cuyos herederos optaron por vender la práctica totalidad de las rentas del antiguo señorío. Cambiar tierras por monedas. Entre los compradores estuvieron José Rodríguez, de Benavente y Andrés Trueba y Pardo, vecino de Tábara y senador, a cuya muerte, su viuda, vendía parte a un vecino de Madrid: Agustín Alfageme Pérez.

Todo apunta a que el origen del botín estuvo en que Agustín Alfageme llegó a un acuerdo verbal con los vecinos de Tábara para venderle el monte de «El Encinar» por 250.000 pesetas. El problema surgió cuando los tabareses conocieron que de un pueblo vecino le habían hecho una oferta mejor y Agustín les traicionó, falto a su palabra, extendiendo la escritura que al fin y al cabo era lo que valía, a favor de los vecinos de Faramontanos por 325.000.

La dependencias del Marquesado de Tábara se ubicaban en la manzana de la iglesia de «La Asunción», a su derecha esta el convento y a la izquierda la casa palacio y más junto a la esquina el Monasterio.