El asturiano Miguel Herberg Hartung, que reveló al mundo con gran riesgo de su vida la existencia de los campos de prisioneros negados por el dictador Augusto Pinochet, salvando con ello cientos de vidas, recobra plena actualidad tras la decisión de reabrirse el caso sobre los pormenores de la muerte del presidente de Chile, Salvador Allende, derrocado en 1973 tras un golpe militar que no dudó en bombardear con aviones y tanques la Casa de la Moneda. Quiere esclarecerse si Allende murió asesinado por los asaltantes o, si antes que entregarse, decidió pegarse un tiro. Miguel Herberg, que ya entonces hablaba español, italiano, alemán, inglés y francés, y que hoy ha añadido otros idiomas, entre ellos el chino por vivir en China desde hace 25 años, ha pasado unos días en Formariz para revisar la rehabilitación del entorno arquitectónico donde vivió su cuñado, el ecléctico poeta Justo Alejo, muerto de forma también violenta.

Herberg vivió el asalto en primera línea porque estaba alojado en la quinta planta del Hotel Carrera, justo al lado de la Casa de la Moneda. Se había infiltrado un año antes como periodista y productor de cine en las altas esferas de los golpistas.

«En el momento de su muerte, Allende estaba solo porque Roberto Bertollini, ex ministro de Allende, bajó a las cocinas a hacer un café; algo para comer porque llevaban 24 horas sin nada. Y cuando subió ya estaba muerto. Pero con los militares al lado. Da lo mismo si se mató o le mataron, porque antes que me jodáis me mato yo. Quien apretó el gatillo no se sabe. Yo estaba en el hotel de enfrente rondando el bombardeo y la entrada de los militares».

Uno de los acompañantes de la última instantánea de Allende (donde aparece el presidente pistola en mano) Danilo Bartulín, médico personal de Allende, «que no quiso avalar la tesis del suicidio», fue luego fugazmente entrevistado por Herberg en el campo de concentración de Chacabuco.

Herberg, que nació en Gijón aunque su pueblo es Buelna (Asturias), «un lugar increíble», ha sido el eterno exiliado. Con 13 años, haciendo dedo, se presentó en los países nórdicos. A los 17 años, metido en el mundo del cine, conoció a Paul Newman, Anthony Quinn... y otros como Jane Fonda y Marlon Brando, «que eran, entonces, muy de izquierdas».

En el año 1972, cuenta, «vivía en Italia y era muy amigo del famoso director cinematográfico Roberto Rosellini, con quien trabajé como actor. Con su hijo Renzo montamos una productora y Allende le llamó como consejero cinematográfico. Cuando volvió me dijo: hay que ir allí a infiltrarse en la derecha porque están montando un golpe». El eterno problema del dinero lo resolvió Herberg pidiendo ayuda a la República Democrática Alemana, que no tuvo reparos en financiarlo todo, «a cambio de disponer del material filmado para usarlo en los países socialistas, dejando al autor los derechos para hacerlo en occidente». Un compromiso que luego no cumplió. Dos años antes había traspasado el muro del Berlín y rodado una película en la República Democrática Alemana dando una imagen de deporte y del país que le abrió todas las puertas ante las máximas autoridades de la Alemania oriental. «Me trataron casi como a un héroe».

Herberg llegó en un primer viaje a Chile en el año 1972 con la misión de analizar «qué coño hacían y cómo montaban el golpe militar». Lo hizo representando a «Horizonte 2000», radicada en Roma. Luego regresó de nuevo como director de un medio informativo tapadera, «Eurovisión», radicado en Amsterdam. «Era una sociedad que ni existía. Constaba de una oficina y tenía una chica. Si llegaba un telex sabía lo que tenía que responder. Pero nunca nadie pidió nada». En este viaje fue acompañado del cámara y revolucionario Peter Hellmich, proporcionado por el partido comunista de la Alemania del Este, y del ingeniero de sonido Manfred.

«Me instalé en el hotel Carrera, el de los magnates. Tenía mucho dinero, gastaba muchos dólares y fui introducido en la alta sociedad del capital nazi fascista chileno. El dinero, el alcohol y los obsequios de ramos de flores hicieron su resto. Me trataba de tu a tu con nazis como Juan Luis Ossa, abogado y pistolero, que me ofreció comidas pantagruélicas mientras la gente se moría de hambre». Esta integración le permitió entrevistar incluso a los asesinos del general Schneider, los paramilitares Robertson y Albear, que «me llevaron con los ojos vendados hacia su refugio, donde ondeaba la bandera de la Falange Española».

Participó asiduamente con la alta sociedad «en una vida disipada, de lujo, sexo, adulterios, fiestas y banquetes». Su trabajo aparece retratado en una escueta pero esclarecedora publicación, «Chile 73 o la historia que se repite», donde las fotografías hablan por sí solas tanto como los comentarios que las acompañan.

Las imágenes de todos los preparativos se las suministró a Allende, que confió en el Ejército «porque no es como en España, aquí es democrático» le contestó.

Con el explosivo material regresó a Europa «destrozado anímicamente» y dispuesto a darlo a conocer al mundo, pero fue su mujer, Antonieta quien le empujó a regresar y «hacer algo más por salvar alguna vida». No habiendo difundido nada, regresó de nuevo a Chile sin despertar sospechas. Fue entonces cuando logró penetrar en los campos de concentración negados por Pinochet «con la excusa que era propaganda marxista».

«Pero yo sabía que existían. En Antofagasta, el general Lagos me decía que estaban bien y tenían tiempo para recapacitar sus pecados, que su camino estaba errado».

«Mi general, le dije, es todo perfecto, pero si usted no me deja entrar en los campos para subrayar sus palabras de que están bien, nadie lo va a creer en Europa y en el resto del mundo. Como estaba el problema del desplazamiento, con toda cara dura se lo expresé y me puso a disposición su helicóptero personal. Estuve todo un día allí identificando y grabando prisioneros, que era lo que realmente quería conseguir».

«De vuelta a Antofagasta mandé al general otra invitación para cenar en un hotel de primera categoría. Y aceptó. Hemos hecho un documento, dije, pero lo que no hemos encontrado son mujeres. "¡Pero están en Pisagua! exclamó. Mándalos a Pisagua a que vean las mujeres". Yo me jugaba el pellejo si llega a llamar a Pinochet, que me había autorizado a moverme por la zona, pero sin visitas a los campos de prisioneros. En esa época había un teléfono y como mucho un télex. Me aproveché de la mujer de Lagos, que estaba como enamorada de mí y a quien entregaba grandes ramos de flores.

En Chacabuco había unos 1.000 presos y otros tantos en Pisagua, pero aquí construían barracas nuevas. ¡Era impresionante! Allí no podía escapar nadie porque o subes arriba y cruzas el desierto de Atacama (el más árido del planeta), y a las dos horas las mejores botas se te han quemado, y luego los huesos, o te vas nadando hasta el Japón».

El campo de Pisagua, señala, «lo había construido «el traidor Gabriel González Videla (presidente de Chile 1947-52), que fue elegido con los votos socialistas y comunistas, y cuando salió elegido los cogió y encerró en el famoso en Pisagua».

Herberg recogió en su cámara a los periodistas apresados, a los prisioneros desfilando cantando a grito pelado el himno de Chile, partiendo piedra con un martillo, asistiendo a misa, haciendo ejercicio bajo un sol abrasador... En definitiva, campos de prisioneros negados por la dictadura. Logrado el material «tuve todavía los c. de entrevistar al jefe de prensa de Pinochet, Federico Willoughby, que seguía con la negativa. Estaba ante él con las películas delante de las piernas metidas en una caja. Mira, le dije, estos gilipollas de Europa me mandan ir a cubrir una tromba de agua en Buenos Aires. Voy dos días y vuelvo a seguir con la entrevista. Fue lo primero que se me ocurrió para salir en un avión del país con todo el material». Pero no quedó ahí la cosa, la República Democrática Alemana se negó a devolverle la película, pero el pleito lo ganó en Italia. El dinero recibido por los derechos los entregó luego al Chile Democrático. Herberg dirige hoy una factoría de cine de animación en China.