Trabaja con la precisión de un relojero y la minuciosidad de un viejo maestro artesano. Teodomiro Blanco Coco, nacido en Guarrate hace 75 años, es un virtuoso de la madera; «para mí no tiene secretos», presume ufano y rodeado de numerosas «obras de arte» que adornan su casa.

Su hogar del pueblo es el más fiel reflejo de la afición forjada por este comerciante jubilado que desde hace años mata sus ratos de ocio trabajando con la punta de la navaja. Ya ha desgastado varias, entre ellas la que le regaló su amigo Uve de Dios y que guarda con mimo. «Mira cómo se han quedado». Literalmente sin filo. Tantas han sido las horas tallando la madera que no hay herramienta que aguante semejante volumen de tajo.

¿Y cómo empezó esto? «Por pura afición; la madera sabía que existía en la lumbre». A un hombre inquieto como él, primero dedicado a las labores del campo, luego viajante y después propietario de un comercio en Valladolid hasta su jubilación, le gustaba «estar entretenido». Fue así como en los años 80 hizo sus primeros pinitos y la afición fue a más. Han sido muchas horas en la trastienda, aprovechando los ratos libres, las que Teo Blanco ha llenado dando forma a la madera, ya fuera en forma de una silla, un banco, una mesa, un cuadro, un mueble..., y «cuanto más rústico mejor».

Lo que al principio fueron trabajos más bien movidos por la necesidad de ir amueblando la vivienda construida en Guarrate, ha fraguado en verdaderas piezas maestras. La ermita de la Virgen del Tránsito, de su pueblo; su casa, una curiosa colección de aperos de labranza en miniatura, «el jefe» -como ha bautizado a un Crucificado situado en lugar preferente del salón- y, por encima de todas, la majestuosa iglesia de Santa María del Castillo de Fuentesaúco, el pueblo de su mujer, que domina la estancia familiar con todo su esplendor.

Toda una obra de arte realizada en madera de pino, en la que Teodomiro Blanco ha empleado exactamente 910 horas contadas día a día. Es ahí donde muestra esa concisión con la que se pone manos a la obra, en el cómputo diario de horas, de piezas, de trabajo.

El emblemático templo saucano, tan conocido para él, tan admirado, observado y analizado constituía todo un reto para este artista de la talla. Un desafío que no le asustó. Ayudado por los planos que le proporcionó el arquitecto que hizo una de las reformas y tomando notas de cada uno de los detalles del templo, que no son pocos, el 17 de julio del año 2000 comenzó «preparando el material y ejecutando», especifica el autor en sus anotaciones. Ese día fueron 7 horas de trabajo, otras tantas al siguiente, y al siguiente algunas menos o más, cuando no le tocó deshacer lo avanzado «para poner bien las ventanas». Talló hasta las cigüeñas que pueblan la torre -«los picos y las patas son palillos», revela-; los pasos largos de la entrada, tal y como estaban antes; y la cruz de los caídos, a las puertas del templo saucano.

Así hasta el 29 de enero de 2002 cuando Teo dio por concluida la iglesia, levantada pieza a pieza, cuidada hasta el más mínimo pormenor y con 1.410 tejas cubriendo los tejados, talladas en varillas de 2,5 centímetros convertidas en una canaleta ayudado por formones y limatones; «todo a punta de navaja», revela el artista mientras explica cada detalle del templo, declarado Monumento Nacional. «Tiene mucho trabajo y mucha paciencia», confiesa Teo Blanco.

Su gusto por el detalle se muestra también en la ermita de Guarrate, donde no falta el coro, el camerín de la Virgen o la sacristía. «Cuando veo un cacho de madera lo vivo», se sincera. Viendo su entusiasmo y la obra, parece ser verdad. Con la misma sinceridad que proclama: «para mí la madera no tiene secretos». O muestra la foto de su nieto, el tenista Galo Blanco, que inscribió su nombre entre las glorias del deporte. Pero eso es otra historia.