Puebla abrió ayer las puertas de su Plaza Fortificada a las peñas, al pregonero, a las reinas y a los gigantes, primeros invitados de las Fiestas de Nuestra Señora de las Victorias, que comenzaron ayer empañadas, que no deslucidas, por la presencia de la lluvia que ha tardado dos meses en hacer acto de presencia. Una contingencia meteorológica que se vio compensada por la diversión y el jolgorio que ayer se respiraba en las calles entre chavales y mozos. El agua que brindó una tregua a los protagonistas del balcón del consistorio no fue obstáculo para que en la Plaza Mayor comenzara el baile y los gigantes sin paraguas y sin chubasquero en su equipaje de fiesta se arrimaran al pasodoble. Tampoco se ahogó en el calabobos los sones de la charanga rodante.

El programa matutino se abría con el disculpado retraso de la novia que se hace esperar en toda fiesta. Más cerca de las once que de las diez de la mañana, la bandera de la Villa abría el ascenso de las peñas hasta la meta de la Plaza Mayor que desde las diez comenzaron a poblar el entorno de la Fuente del Pilón, santo y seña de los grupos. Una traca anunció que la comparsa de la NBA hacía brincar, y no botar, a sus coloridos acompañantes de la villa. Arrancaban a ritmos calientes de samba y carnaval en un día gris en el cielo pero chispeante en las calles.

Poco público, algo más de un centenar de personas protagonizaron el primer paseíllo de la semana de fiestas, comprensible al ser día laborable y pregón tempranero. Premio para la concurrencia, los gigantes salieron un día más de los dos oficiales para contagiarse de la juventud de «Jara y Pedal», «La mi Baldosa», «De perdidos al vino», «Los ke faltaban», «Las Kachito» o los ya clásicos «Miuras», «Peña El Letrero», «Apartaos» y un largo repertorio de ocurrencias en las camisetas incluidos los «Irreductibles de Lobeznos».

Lo que abajo era pura fiesta, arriba era puro nervio, mitigado con la cosecha de aplausos y el reconocimiento a la presidenta de la Comisión, María Isabel García; la autora del cartel de fiestas, Mercedes Fidalgo; y el pregonero, presidente de la Casa de Zamora en Madrid, Juan Antonio Barrio. La reina, Sara Morán, y las damas, Eva Chillón y Raquel Domínguez, acapararon belleza y aplausos? más que ninguno de los andamios en el balcón consistorial.

«Dar el pregón de las Victorias es mucho» comentaba en tono distendido el pregonero en ciernes. Y así se lanzó al ruedo por la puerta grande a lidiar con las peñas: «Sanabreses, buenos días. Mis primeras palabras para agradecer en nombre de la institución que me honro en presidir, La Casa de Zamora, al alcalde de la villa, el honor de pregonar las fiestas». Barrio agradeció estas fiestas de todos «de los de la villa y de los de la tierra de Sanabria, de los que siguen viviendo aquí y de los que un día tuvimos que marchar?». El cierre de la escuela de Escuredo en 1991 unió al hoy presidente de la Casa de Zamora, un niño de 9 años con su bolsa de tela con su ropa, con la villa, el colegio Fray Luis de Granada, La Escuela Hogar de Puebla «acostumbrado a mi montaña sentí que estaba en tierra hostil al tener que compartir y defender mi espacio con otros 150 niños procedentes de los rincones más alejados de nuestra provincia».

El reloj de la torre de la Iglesia del Azogue recordó al presidente de la Casa de Zamora sus días de estudiante, los horarios y por encima de todo la amistad que compartió con ese centenar largo de niños «tan asustados como yo». Los nombres de Obdulia, Tiano, Patatín, el café Guillis, el Barrio de Obras Públicas, San Francisco se remarcaron en la geografía del pregonero. Cinco años de niñez compartidos con «esta villa y sus murallas, con todos vosotros». Y ahí atizó el alcalde, José Fernández, que empujó para que empezara la fiesta con premura, cual pugna de gigantes y Quijotes, antes de que «cojamos la máquina y tiremos la torre de la Iglesia que dice el delegado».

El alcalde en ese su examen final de año no se olvidó de nadie, ni de la peluquera, ni del que no paga en la fiesta. El mérito de la organización lo traslado íntegro a la comisión de fiestas a todas las personas que colaboran con ella y a su presidenta. El recuerdo más sentido recayó en esos miles de sanabreses «una generación que tuvo que emigrar -como Juan Antonio- con las manos llenas de burras y con la andorga vacía». Hoy esa generación pasea, con altura como los gigantes, el nombre de Sanabria. Y con altura los embajadores de la fiesta la mostraron por toda la villa. Y sin paraguas.