San Martín de Castañeda vuelve a ser el espejo de soledades de Unamuno tras la última jornada de fiestas en honor a la Virgen Peregrina celebrada ayer lunes. La misa y una nueva procesión hasta el «Monumento» que las mujeres del pueblo confeccionaron con flores en el barrio situado más abajo, el de Riguleira, fueron el epílogo a un fin de semana marcado por la emoción. El domingo, día grande de las fiestas, fueron cientos las personas que acudieron a la iglesia para escuchar el Ramo y la Loya antes de participar en la procesión. La mañana soledad y calurosa animó a vecinos de otras localidades.

Las gaitas de la banda de Verín anunciaron la proximidad del acto central por las calles del pueblo, yendo a buscar a cada una de las cuatro mozas encargadas este año de cantar el Ramo, y a los dos mozos que pregonaron la loya, todos ellos ataviados con ropajes tradicionales. Licencia pidieron a la Señora las damas y entonaron los mozos versos que hablaban de tiempos no tan lejanos en los que Sanabria era escenario de pobrezas y miserias, del porvenir labrado con el esfuerzo de los mayores, pagado muchas veces con el exilio obligado. Recuerdos de una memoria común. Ninguna de las historias que cobraban vida en la voz de los pregoneros sonaba ajena a la mayoría de los presentes. Por eso no era raro que se les quebrara la voz con la emoción al mencionar a los padres, y que el sollozo contenido quedara oculto bajo los aplausos del público.

Podría decirse que estas fiestas han rendido un especial tributo a toda una generación de sanabreses. Un nuevo ejercicio de nostalgia se vivió también durante la presentación del corto de Eduardo Ducay «Carta de Sanabria», duras imágenes apenas endulzadas por el montaje que le era desconocido hasta el propio cineasta. Alejandro López Krahe narró párrafos del diario de Ducay durante su estancia en la comarca para rodar un documental encargado por Hidroeléctrica Moncabril, en la que quedó impactado por la pobreza de la zona, casi incomunicada en el caso de los pueblos de montaña como San Martín de Castañeda. El documental, de apenas un cuarto de hora de duración, se quedó en parte de lo que pudo ser la gran obra maestra del cine español en los años del neorrealismo de los directores italianos. Pero muchos fueron los avatares y casi un milagro la recuperación de la cinta.

Fueron momentos de recuerdos agridulces previos a la despedida común entre los paisanos: salud para otro año.