Villadepera se vestía ayer con sus mejores galas para revivir la más rica y pura cultura tradicional de la comarca con la celebración de una boda típica sayaguesa, real, que, con todas sus riquezas y bondades sociales, religiosas y etnográficas, lograba impregnar de mística y tipismo puro y duro los Arribes del Duero. Nadie quiso perderse la histórica cita con los orígenes y allí estuvieron 212 invitados de todas las edades, -la práctica totalidad de los vecinos se apuntaron-, niños, padres y abuelos, para rememorar otros tiempos pretéritos donde reinaban y florecían la convivencia y la hermandad.

Por la noche los mozos echaron el carril de paja por las calles y de madrugada tapiaron las puertas y ventanas de la casa de los «novios» como manda la tradición.

Hacia el mediodía, un músico sayagués de los de antes, José Mauricio Fernández Pascual, con sus ancestrales atavíos, abría la comitiva a ritmo de la mejor música de flauta pastoril y tamboril de la casa de los contrayentes a la iglesia. José Antonio Diego Nieto y Adoración Nieto Nieto, toda una vida juntos, 43 años, desde que un ya lejano 21 de octubre de 1967, contrajeran matrimonio y formaron una armoniosa familia sayaguesa. Los padrinos, que les llevaron de «bracete» camino del santuario fueron José Antonio Cibanal Diego y Virginia Formariz Velasco.

El sacerdote Miguel Bártulos Cortés fue el encargado de casarles como antes, en el pórtico de la iglesia parroquial, engalanada para la ocasión y acoger nuevamente una ceremonia en latín. Las ropas y peinados de época hicieron brillar con luz propia una unión matrimonial más propia de los años cincuenta del siglo XX, tiempos del tergal y los peinados a raya que ayer volvieron brillar con luz propia, lo mismo que los monaguillos con sus hábitos. Finalizado el acto religioso, el alcalde José Ignacio Isidro, en nombre propio y el de los vecinos, felicitó a José y Adoración porque «Ha sido una familia ejemplar, ejemplo a seguir para el pueblo y para todos, enseñándonos y ayudándonos, estando ahí siempre que hacia falta».

Los comensales disfrutaron de una buena comida, en la plaza, a base de la típica chanfaina y un buen cocido de garbanzos aderezados con huesos de la última matanza, chorizo y morcillo. Por la noche con el caldo garbancero se preparó una sopa y luego de ofreció un filete de ternera sayaguesa. Cocido y sopa eran y son signo de pureza y la tradición mandaba que el agua para hacerlos se trajera en cántaros y barrilas desde la fuente de Los Huertos». La comida no es propia de verano. Hay que tener en cuenta que antes las bodas se hacían en invierno cuando las labores de la labranza y la ganadería no agobiaban a las familias. Hoy finalizará la boda con el chapuzón en el pilón de la «Fuente Beber».

«Antiguamente en los pueblos la ceremonia nupcial era tan importante como la fiestas patronales, y la música de flauta y tamboril imprescindible»