Escolástica Cunquero, Cola para todos, parece una mujer nueva. Trabajadora desde bien niña, madre de cinco hijos, con una vitalidad y un humor envidiables, a los 74 años sus riñones dijeron basta. «Demasiado que han aguantado y no están desechos con lo que le ha tocado a una», comenta al calor de la lumbre en su casa de Figueruela de Abajo, junto a su marido, Ángel Sanabria. «Me dijeron que un riñón no funcionaba desde hace tiempo y el otro, un diez por ciento». Con tal diagnóstico se imponía un obligado tratamiento renal.

Cola se encuentra entre la veintena de pacientes zamoranos que actualmente se dializa en casa; otros 130 se someten a hemodiálisis en el Hospital. Tras soportar durante cuatro meses los desplazamientos a Zamora, un día sí y uno no excepto los fines de semana, para realizar las sesiones, el tratamiento domiciliario representa todo un alivio. «Eran unos trayectos larguísimos porque la ambulancia iba por los pueblos recogiendo a gente y dando unos rodeos tremendos». «Y por malos caminos», apostilla el marido. «También era normal, aprovechaban el viaje», disculpa ella. Palazuelo, Sarracín, Cabañas, Riofrío? Muchos más de los noventa kilómetros que separan Figueruela de Zamora. Cola sabía cuando salía de casa pero nunca el momento de regresar. Después de tres horas en la máquina, no podía permitirse el lujo de volver directamente. «Yo le decía al médico, "tendré que llevar una merienda porque esto es muy largo". Allí nos daban un bocadillín de nada, como el chusco del panadero. Así que figúrate, llegaba cansadita y muerta de hambre».

Aunque infinitamente agradecida por el trato que le dispensaba el personal del Hospital, para Cola esos cuatro meses fueron un suplicio. Así que la posibilidad de evitarse el pesado viaje parecía estimulante. «La verdad es que la gente de allí es muy buena, el último día (de la hemodiálisis) yo les decía a las enfermeras "no os valoran el trabajo que hacéis". Te hablan con amabilidad, te pesan, te traen, te llevan? Y siempre con una alegría que daba gusto». Claro, que ella, no se quedaba atrás derrochando buen humor para sobrellevar el tratamiento. «Cuando llegaba decían "ya viene el terremoto". Era un gusto; enfermeras, celadores, todos muy buena gente», reitera Cola sin perder la sonrisa. «La última vez que estuve ingresada las decía "nada más siento que no poder ver la novela". Y ellas decían, "pues te la explicamos nosotras". Buena gente sí».

Pero por muy bien que fuera atendida en el Hospital, Cola llevaba muy cuesta arriba aquello de montar en la ambulancia tres días a la semana. «Cuando me dijeron que me tenía que dializar, el médico me habló de que lo podía hacer en casa, pero yo no me veía capaz de eso; era muy complicado para mí. Yo decía, "esto es imposible"».

Había dos posibilidades; conectarse a la máquina durante toda la noche o bien realizar las sesiones de forma manual a lo largo del día. La primera resultaba descorazonadora para la paciente, sobre todo después de escuchar la experiencia de un señor de Palazuelo; «me dijo que le fue muy mal, de noche le empezaba a pitar y no sabía lo que tenía que hacer. Decía "si no voy para Zamora estoy criando malvas". A mí eso me acobardó mucho, ni la llegué a probar», cuenta Cola. «Claro, que a otros les va muy bien».

Pese a todo, y aunque no muy convencida, la posibilidad de poder llevar el tratamiento en casa -la llamada diálisis peritoneal o doméstica- y verse liberada de los viajes, parecía sumamente atractiva.

Valiente como fue para todo en la vida; si había sido capaz de arar con las vacas, de cuidar un rebaño de ovejas pasando frío y calor, de tirar de un carro cuando apenas levantaba un palmo del suelo o de recoger la hierba bajo un sol de justicia, por qué ahora no iba a poder con un tratamiento aparentemente simple. Esta vez a Cola le esperaba una empresa con la que no contaba: dializarse ella misma; eso sí, siempre con el control del especialista, al que visita cada mes y medio para hacerse la revisión. «Lo que me animó totalmente fue cuando una cuñada de Puebla me dijo que una vecina suya se estaba haciendo la diálisis en casa, que llevaba cinco años y de maravilla, sin problema ninguno. Oye, aquello me alivió». Y le dio el empujón definitivo para, a sus 74 años (ahora tiene 75), ponerse manos a la obra.

Lo siguiente fue realizar un curso de formación durante quince días en Zamora donde aprendería a hacerse el tratamiento. «Yo todavía decía, "madre mía pero cómo voy a hacer esto yo sola". Es que no sabes a dónde vas. De todo lo que me hablaban no me quedaba con nada en la cabeza. Pero cuando quise recordar ya me vi en casa con los trastos. Y bueno, vas aprendiendo. La verdad es que se hace pronto y bien, nunca he tenido una infección ni un problema de nada. Estoy encantada».

Fue así como Cola habilitó una habitación para uso exclusivo de ella -«todavía no he puesto los pies ahí dentro», apunta su marido Ángel-, donde se ha instalado el equipo que le permite hacerse solita la diálisis tres veces al día (a las 9 de la mañana, a las 4 de la tarde y a las 11 de la noche) durante aproximadamente media hora. ¿Es difícil el procedimiento? «Nada; hay que enganchar la bolsa al catéter, abro la pinza y cuando se llena la bolsa, cierro», explica de forma esquemática. Ya es «pan comido», aunque «he pasado mucho porque al principio me asustaba, no me veía capaz. Pero ahora estoy encantada. Estar en tu casa vale mucho».

Cada mes, los servicios sanitarios se encargan de reponerle el material. Gasas, jabón, bolsas de basura, mascarillas? Y ella lleva su propio control de la tensión y el peso. «Dicen que así tengo que seguir, delgada porque no retengo líquidos». Así que esta vivaz y enérgica alistana lleva un régimen estricto que, con su natural disposición, acepta con buen ánimo.

Acaba de cumplirse un año desde que empezó el tratamiento domiciliario y Cola no manifiesta más que elogios. «Esto es muy grande». ¿Cómo han cambiado las cosas, verdad? «Madre mía. Lo mal que te veías antes, porque no había de donde llegara el dinero y fíjate ahora, poder tener todo esto en casa», comenta con la complicidad de su marido.

Lo dice este matrimonio de trabajadores abnegados; «he cotizado durante 42 años», apostilla después de desgranar una existencia marcada por el sacrificio y no falta de coraje. Había que sacar adelante a la familia, así que lo mismo daba la tierra que el ganado, la albañilería o lo que fuera menester. Hicieron de todo, aunque no faltaron contratiempos. Tres años después de construir la casa, un incendio arrasó con todo. «Se quemaron las vacas, los perros, el carro?». Y a empezar de nuevo. Por algo mantiene Cola que esos riñones aguantaron demasiado. Porque «la vida no ha sido de color de rosa».