Manganeses de la Lampreana, Un día, muy reflexionado sí, Pedro Crespo y Pepa Peláez se liaron la manta a la cabeza, vendieron el piso en Sevilla, dejaron familia y amigos, y montaron su oficina en el sobrado de la casa de los abuelos, en Manganeses de la Lampreana.

Allí se encuentra el nuevo centro de operaciones de la editorial especializada en medios de comunicación social que la pareja dirige y trasladó desde Andalucía al pueblo terracampino. «El teléfono y el correo electrónico son mágicos», comentan en el confortable despacho, cubierto de estantes de libros dispuestos para la distribución, con la interminable estepa castellana como paisaje de fondo. «Vivimos muy tranquilos, las niñas se educan mejor en un pueblo que en una avenida, en el centro de una ciudad de un millón de habitantes. Estamos en el campo, el horizonte es inmenso», comenta Pedro mientras señala la hermosa vista que regala una de las ventanas de la casa.

Y una se pregunta cómo toda esa fábrica bibliográfica toma vida desde un pueblo de apenas setecientos quinientos habitantes. «Hace poco tuvimos una videoconferencia con Méjico, vamos a empezar a sacar el libro en formato electrónico y a comercializarlo a través de una empresa mejicano-estadounidense. El formato electrónico es el futuro, sobre todo en los libros de especialización. El libro electrónico nos trae un mercado nuevo». Una imagina también tales palabras pronunciadas desde un acristalado despacho de la planta 35 de un edificio de oficinas. Pero no. Todos esos planes y lo que ya es una realidad son posibles en la solariega casa que años atrás guardó grano y animales. Hoy teléfonos, fax, ordenadores, papeles y más papeles, montones de libros dan vida a este renovado proyecto de una pareja con dos hijas pequeñas que un día se planteó mejorar su calidad de vida.

Pedro y Pepa son un ejemplo más de los nuevos pobladores que llegan al mundo rural zamorano (del que otros huyen despavoridos y sin futuro), cargados de expectativas y proyectos, embarcados incluso en el fortalecimiento de la empresa. «Nosotros somos la prueba de que puedes vivir en un pueblo pequeño y tener clientes en América». Y tan real.

Como tantos pueblos, Manganeses de la Lampreana vive este singular fenómeno de retorno. A diferencia de otros emigrantes zamoranos, el padre de Pedro, Pedro Crespo Salvador, cogió la maleta en 1940 en dirección a Sevilla. Mientras muchos de sus vecinos buscaban el pan en la emergente industria del País Vasco y Cataluña, Pedro y su hermano Eduardo hallaron el sustento en Andalucía, donde empezaron a trabajar en el mundo de los libros. Concretamente en «Montaner y Simón», la mayor importadora de libros de América Latina. La quiebra de la empresa en los 70 llevó a Eduardo Crespo a la editorial «Everest», mientras que el hermano montaba una librería en la céntrica calle Arroyo de Sevilla, de cuyas fuentes bebió su hijo (licenciado en Historia) desde bien chico. La ubicación al lado de la Facultad de Comunicación facilitó el camino hacia una especialización que Pedro Crespo mantiene a día de hoy con canales abiertos en América Latina y distribución exclusiva en Argentina, Chile, Colombia y México.

Así, desde que la pareja se asentó – «el 12 de junio hace tres años», recuerda Pedro con precisión– Manganeses se ha incorporado al negocio editorial a través de «Comunicación Social, ediciones y publicaciones», que inició su andadura en el año 2001 en Sevilla. Allí se mantiene la sede oficial, aunque toda la gestión administrativa se ha trasladado a Manganeses de la Lampreana, donde Pedro Crespo (37 años) como director y Pepa Peláez (39) como coordinadora hacen que el barco navegue. Reciben los textos en bruto, corrigen, diseñan y lo convierten en libro para su posterior difusión y comercialización.

¿Y cómo fue recalar en el pueblo de los abuelos?. «Teníamos que salir de la ciudad, eso estaba claro. Barajamos viarias posibilidades, desde un lugar de playa hasta las afueras de Sevilla, en un sitio más tranquilo». Ocurrió que en el año 2002, después de veinte años sin pisar el pueblo de su padre, Pedro volvió a Manganeses; «fue como un redescubrimiento», rememora. «Sabía que teníamos una casa grande, pero estaba muy dejada de no habitarla, con goteras; había que hacer un arreglo general. Hasta las palomas anidaron aquí durante un tiempo. En aquella ocasión vinimos a acompañar a la abuela y desde entonces cada vez veníamos más». La atracción terminó por ser total, tanto para él, ligado a sus ancestros castellanos, como para una onubense como Pepa. Andaluza de pura cepa.

Fue un tiempo de cambio, de plantearse muchas cosas, con una niña de dos años, Inés, que ahora tiene cinco y comenzó a ir a la guardería a Benavente –cuando Manganeses aún no disponía de este servicio–, y las ganas de traer otro bebé al mundo; Marta (de dos años) nacería ya en Zamora. Pepa, logopeda de profesión, arrastraba el cansancio propio de una atención directa.

Tras un imprescindible periodo de reflexión, la pareja optó por Manganeses. «Al principio piensas en el cambio tan brutal, irte a un pueblecito de 500 habitantes, allá perdido del mundo… A cientos de kilómetros, tan distinto. Y luego está la cuestión sociológica. Allí dejas familia y amigos, aquí no teníamos a nadie, al menos con una vinculación personal muy directa». Frente a un cúmulo de contrariedades, deseos claros de huir de la gran ciudad, del ruido… Y por otro lado en un momento en el que Pedro y Pepa preparaban el «fortalecimiento de la estructura comercial de la empresa», abriendo canales en América Latina.

«Estábamos preparando el salto y en junio de 2006 nos asentamos definitivamente en Manganeses. Fue un pequeño terremoto para la empresa», recuerda él desde el renovado desván de la casa de los abuelos, reconvertido en un confortable espacio de trabajo, dominado por la luz, sin perder la esencia de la vieja casa. Seis meses de obras para convertir la vivienda en un espacio habitable, donde el despacho es el corazón de la casa, que comparten los cuatro miembros de la familia. Hasta las pequeñas disponen de su rincón de juegos y Pepa ha habilitado su propio estudio, donde da rienda suelta a su vena artística. Estudia Bachillerato de Escultura en la Escuela de Arte en Zamora y ya ha realizado sus pinitos en la editorial, diseñando la portada de algunos libros que ésta pedagoga reconvertida en editora muestra con una mezcla de orgullo y prudencia. «Para mí el mundo de la edición era algo nuevo», apostilla. Y no digamos la Castilla profunda. «Lo peor que llevo es el frío», nada que ver con su cálida Huelva.

En fin, que la bulliciosa Sevilla pasó a la historia en favor del silencio del pueblo sin perder un ápice de actividad en la empresa, que se suministra básicamente de clientes de las universidades de Periodismo, Ciencias de la Información o Comunicación Social. «Nos dedicamos al libro técnico y académico». Lo que requiere un trabajo con las universidades españolas y obliga a estar presentes en ferias y congresos. Es, por ejemplo, imprescindible su presencia en la Feria del Libro de Guadalajara, en Méjico, donde acuden con el Gremio de Editores de Andalucía y empiezan a establecer contactos con el de Castilla y León; Líber en Madrid o Barcelona; o el próximo año la feria de Brasil, Bogotá…. «No olvidemos que el centro del español está allí», puntualiza Pedro en referencia a Latinoamérica. Empezaron con dos libros, hasta el momento la editorial ha sacado más de 80 y este año va para 25.

Pero en este nuevo espacio, la imaginación de Pedro se desborda. Tenía ganas de ampliar campos y este año se estrena con una colección de temas locales, que inaugurará con un nuevo libro de Gerardo González Calvo, periodista del vecino Pajares de la Lampreana y acreditado africanista con varios libros a sus espaldas. «Me ha llegado también una propuesta sobre las mascaradas en Aliste y Tras os Montes. El tema local es un mercado distinto al académico, que desde luego no vamos a abandonar, pero, a modo de aventura, lo vamos a intentar».

El trabajo es intenso. En la oficina no hay horario, aunque la pareja procura no caer en la trampa del libre horario, que para eso hay dos niñas, entre otras razones. «Intentamos que el trabajo no lo inunde todo». Se imponen un horario que empieza temprano. A las 6.30 o las 7.00 comienzan a trabajar, aprovechando un tiempo antes de que las pequeñas vayan al colegio y la guardería.

Por ello, cuando hay saturación, echan mano de colaboradores y subcontratan temas puntuales. «Ahora, con el libro electrónico, aumentaremos la capacidad de producción». ¿El libro digital tiene futuro?. «Quizá el convencional no tanto, pero de cara al público estudiantil es un mercado nuevo, se va a poner más barato y para los estudiantes será una ventaja», coinciden Pedro y Pepa. A mí no me gustaría leer un libro en la pantalla del ordenador pero otra cosa es una edición académica. Para el estudiante puede resultar interesante», abunda ella. ¿Crisis?. «No la hemos notado, incluso la facturación ha sido mayor en los últimos años. La crisis se ha cebado con los sectores más especulativos. Nuestros clientes no están al pairo de los vaivenes de la economía».

Hay un problema que con machacante insistencia denuncian quienes desde el medio rural montan sus empresas. No es sólo de ellos. Pedro lo explica muy gráficamente. «Tenemos una banda semiancha a una velocidad tres veces menor que en Zamora y a 45 euros mensuales. Alguien tiene que tomar cartas en el asunto. No nos están dando un servicio universal». Y lo dice quien depende de internet como un cordón umbilical. «Si quieren que habitemos los pueblos deben facilitar estas cosas. A las empresas tecnológicas hay que dotarlas de infraestructuras. Si necesito enviar un libro con 40 megas, no me queda más remedio que dejar encendido el ordenador y me olvido. Pierdes rapidez e inmediatez. Y es un servicio caro el que estamos pagando».

¿Más inconvenientes?. «Quizá las carencias sociales, hay poca gente con la que hablar, pero eso nos da una vida interior muy rica». Más todavía sin el «molesto ruido» de la televisión, a la que esta familia renunció en el año 1997 y dicen vivir «tan a gusto». Eso sí, siendo los más informados del mundo. Internet es una mina.

Han pasado tres años. «Ya te das cuenta de que vives aquí. Poco a poco ves que todo se va a asentando, que se van abriendo nuevas líneas de trabajo. Aquí nació nuestra hija pequeña, ya es zamorana», comenta el padre como ratificando el vínculo con su nuevo mundo. Y también con las ideas muy claras. «El pueblo te ahoga si no sales de él». Esta familia no corre el riesgo. Beben de otras fuentes, aprovechan el tiempo libre para conocer el entorno o saltar las fronteras. «Intentamos salir mucho», puntualiza Pepa. Es parte de esta nueva vida. La elegida.