Villardiegua de la Ribera.- Caballistas y vecinos de Villardiegua de la Ribera proseguían ayer con la tarea de buscar y conducir a un cercado las pocas reses que quedan de la cabaña de vacuno de Antonio Velasco en el arribanzo del Duero. Trataban de arrinconar a una treintena de vacas que permanecían desperdigadas tras la agotadora batida del día anterior, en la que consiguieron recoger y cargar en camiones 65 animales.

Para el segundo asalto se recurrió a casi una docena de caballistas, procedentes de Gamones, Bermillo, Salce y Carbellino, a fin de encaminar los bravíos animales hacia los cercados. Fue una operación llevada a cabo ante los ojos del propio Antonio Velasco, que aparecía por el escenario como aturdido al verse despojado de la ganadería que constituye la razón de su vida. «¡Dales un arma y que acaben conmigo!» decía a un guardia civil, con el que ayer conversó una y otra vez. Ya de buena mañana había visitado el paraje para comprobar lo sucedido el lunes. Un día agotador del todo. Anteayer participaron vecinos, efectivos de la Guardia Civil, algunos con moto; el caballista Fernando Fernando, que cansó a la yegua; numerosos veterinarios y hasta el jefe del Servicio de Agricultura y Ganadería, Isidro Tomás, acudió al bello ruedo del arribanzo para seguir de cerca lo nunca visto: el intento de someter un centenar de reses de raza sayaguesa, criadas casi a su instinto.

«¡Es increíble dónde se meten las vacas. En lugares imposibles. No se sabe lo que anduvimos tras ellas!» comentaba ayer el alcalde de Villardiegua, Silvestre Antonio Fernando.

Llamaba extraordinariamente la atención que nadie en el pueblo, ni menos el propio dueño del ganado, supiera dónde había sido trasladado el ganado atrapado. Cuando nadie lo esperaba, a última hora, fue cargado en unos camiones y transportado sin decir a nadie el destino. «Ha sido todo tapado y clandestino» decía ayer un vecino, partidario de poner orden en la asilvestrada ganadería, y que culpaba a la Administración de haber dejado llegar el asunto a tales extremos.

Una responsable de los Servicios Veterinarios también enmudeció ayer sobre el asunto. «No tenemos autorización para decirlo». En consecuencia a la desinformación, todo eran especulaciones en un pueblo que no quitaba de su cabeza el interrogante de a dónde iban a parar las reses que han visto durante toda su vida, y un episodio único para una raza autóctona amenazada de extinción.

Hay quien habla de una finca en Palencia, propiedad de una persona relacionada con la organización de Ferias de Ganado Autóctono. Un tratante dijo que las llevaban a un matadero de Medina «para calcinarlas». En la Asociación de Criadores de Ganado Sayagués señalaban que «la veintena de animales sin crotal sería sacrificados». El mutismo oficial llevaba a algunos presentes a sospechar la especulación. «La gente ayer (por anteayer) se rompió el pecho, y el que se supone que se llevará las vacas dijo: mañana los caballistas corren de mi cuenta» expresaban bajo el sol encantador que ayer lucía cerca de Peña Redonda.

El Servicio de Agricultura de la Junta de Castilla y León retiró hace meses al septuagenario la cartilla ganadera por descontrol de los animales e incumplimiento en el saneamiento de la explotación. La Alcaldía de Villardiegua y diferentes ganaderos, especialmente de ovino, llevan años reclamando la intervención de la Administración para poner orden en la explotación de Antonio Velasco. «No sé cómo está vivo» expresaba ayer una mujer, que insistía en el carácter salvaje de los animales.

La Asociación de Criadores de Ganado Vacuno de raza sayaguesa mantiene su postura, expresada a la Administración, «de que no salgan de Sayago» según afirma Pablo Ruiz, que recalca que es un vacuno «que pertenece a la especie zamorana y hay jóvenes ganaderos que quieren y pueden hacerse cargo de las reses». Julio Pardomingo manifestó ayer que «reclamarán el ganado», y criticó «el oscurantismo» practicado sobre el destino de las reses.

Todos los intentos por adquirir animales a Antonio Velasco han chocado contra la férrea voluntad del septuagenario de desprenderse de las mismas.

Antonio Velasco justificó su rechazo «porque me mandaban menos de 400 euros. No los desprecio, pero me parece poco». «Te obligan a perder la mitad o dejarte sin nada habiendo sido un sacrificado. La culpa lo tienen siete u ocho ganaderos de Villardiegua, algunos con mucha maldad» manifiesta Antonio Velasco, en un estado un tanto alterado porque se ve sumido a un futuro desconocido. La abundancia de toros es algo que ha sorprendido a los ganaderos que se han acercado a ver la cabaña. Velasco indica que «habrá diez o doce toros, que pesan 600 kilos o más. Toros que tenía que haber quitado, pero todo el mundo cometemos errores. Más luego otros seis o siete toros de menos de dos años». El pasado domingo, cuando vio la descarga de las cañizas, barruntó los motivos. «La intención no es sólo sanearlas, sino cargarlas y llevarlas».

Velasco no entiende que la ganadería pueda desaparecer para siempre y es algo que le desencaja. «Una cosa es que se mueran o que sufran una infección, pero esto es una tensión... Te acusan. Estoy sano, pero con estos disgustos o muero o voy tras de ellos en los Juzgados. No me voy a quedar cruzado de brazos. Esto es un martirio. No quiero que me las maten. No aguanto que me quieran quitar delante con maldad».

«La Administración no tenía que haber dejado llegar a esta circunstancia. Yo no soy partidario de que estos animales se hubieran marchado de aquí. Pero el tema lleva desde el año 2004. No somos tan malos los del pueblo, que hubiéramos podido tomar 50 caminos» reflexiona el ganadero José Luis Rodrigo.

Sin vacas, el escenario de Peña Redonda aparecía ayer más desnudo que nunca. Formaban parte del paisaje. Ayer, algunos recordaban la cacería de vacas que la consejera Silvia Clemente autorizó en La Cabrera (León).

Salud y pistolas

Antonio Velasco expone que «he visto la ganadería toda la vida. La vi en casa de mis abuelos Alonso Eras Rodrigo y Teresa Pablo Velasco. Mis padres Francisco Velasco e Isabel Eras Pablos fueron ganaderos. Entonces el que no tenía vacas tenía ovejas».

No ha tenido una vida fácil ni armonizada. «Mi padre marchó para Argentina y quedó aquí mi madre. El padre quería que fuera para allá pero mi abuela decía: si te marchas ya no vuelves. Hubo distanciamiento. Ultimamente mi padre pensaba no dejar los huesos allí. Pero murió en Argentina junto a unos caballos. Se supone que de algún mareo. Tenía un campo arrendado, con ganado. Yo quedé aquí con mi madre. Estuve decidido a salir por ahí, pero también me atraía la tierra». A sus casi 80 años no se ha jubilado «porque hay cosas raras en la vida. Aunque llevo muchos años pagando la seguridad social».

En el transcurso de la batalla sostenida durante los últimos años no le han faltado consejos de todo tipo. «Mire usted, hombre, cuídese mejor. Algunos me lo han dicho. Otros vecinos del pueblo me han dicho que en Portugal venden pistolas».