"Mi próxima estación también es Castilla y León". Con esta contundencia, un recién elegido secretario autonómico del PP rechazaba de plano en 2002 la posibilidad de continuar en el medio plazo su carrera en la política nacional. Alfonso Fernández Mañueco (Salamanca, 1965) circulaba entonces a contracorriente en un momento en que la aspiración máxima de muchos políticos "populares" de esta tierra era seguir los pasos de Lucas o Merino e instalarse en el Gobierno

En 2002 se hizo cargo del sistema de guardagujas del PP en la Comunidad, con un Juan Vicente Herrera como recién estrenado maquinista. Sin embargo, cuando llegó a la estación autonómica ya había demostrado, con creces, que sabía cómo dirigir la circulación en una organización, como la de los "populares"charros que llevaban años noqueados por el descarrillamiento de la Diputación A ello le ayudó su carácter templado, su serenidad ante las dificultades, su capacidad de diálogo y un conocimiento de las vericuetos por los que transcurre la política que aprendió de pequeño, viendo cómo se manejaba su padre, el también regidor salmantino Marcelo Fernández Nieto. Esta capacidad para manejar tráficos complicados se pondría a prueba a partir de 1993 cuando accedió a la secretaría general de los populares salmantinos enfrascados en una profunda crisis en el sentido gramsciano del término, un tiempo en que lo nuevo no acababa de nacer y lo viejo no terminaba de morir. Desde ahí pilota una renovación profunda del PP de esta provincia que obtiene el respaldo de las urnas en 1995 con la llegada de Julián Lanzarote -entonces renovador- a la Alcaldía de la capital y la entrada del propio Fernández Mañueco como concejal, si bien con un trabajo más volcado en la diputación. Al año siguiente, el más joven de los diputados provinciales (28 años) era elegido presidente de la institución no sin recelo de quienes se veían con más galones para llevar la máquina provincial.

En 2001 de la mano de Herrera se convierte en consejero de Presidencia y al año siguiente como número dos de un partido que él mismo reconocía entonces carecía de una coordinación adecuada, acentuada además por un periodo de bicefalia en el PP, aún en manos de Juan José Lucas, y el Gobierno, que pilotaba Juan Vicente Herrera.

Desde la secretaría general tuvo que impulsar nuevamente una renovación de un partido profundamente enraizado aún en los equipos que trabajaron ya con José María Aznar y sujetar una formación en el que los intentos de fortalecer proyectos regionales estiraban las costuras de las organizaciones provinciales. El siguiente apeadero de la carrera política pasa otra vez por Salamanca. En 2011, la necesidad de renovar la candidatura al Ayuntamiento de la capital, minada por una gestión muy personalista y altisonante de Julián Lanzarote. Antes, en 2007, recibe un nuevo encargo como guardagujas, esta vez, en el ámbito nacional, al ser elegido presidente del Comité de Conflictos y Garantías, donde tuvo que adoptar el papel de ejecutor de la era aznarista en forma de expedientes y destituciones de un buen número de dirigentes que encarnaron esa época.

Lo hizo con la limpieza y contundencia de los goles de Raúl en su Real Madrid, su otra gran pasión con la política, y al que sigue por los campos de España y de Europa casi tanto como a Mariano Rajoy. Aunque cuando él jugo al fútbol lo hizo de portero, del delantero madrileño, valora su espíritu de lucha -como él no da un balón por perdido- y el amor por los colores.