Hace años era habitual escuchar las voces de los artesanos a su llegada por las calles de los pueblos para anunciar su trabajo. Muchos recordarán el grito "¡Ha llegado el silletero!" a las puertas de las casas o en las plazas. Así lo relata Feliciano Martín Cascón, un vecino del municipio salmantino de Cantalpino que se ha convertido en el único silletero de la zona y trata de mantener vivo este empleo artesano.

Aprendió el oficio de niño junto a su padre y su abuelo. Comenta que entonces los artesanos recorrían los pueblos de la zona y la gente salía a las puertas con las sillas para restaurar. Recuerda que llevaban pocas herramientas, porque "había que llevarlas a hombros y caminar muchos kilómetros". Por eso se transportaban las imprescindibles como la azuela de labrar, el serrucho y el martillo, sin olvidar la espadaña. Entre risas, cuenta que "antiguamente todo se arreglaba y se ponían remiendos a todas las cosas". De hecho, en muchas ocasiones tenían que hacer también de carpinteros y "arreglar las patas" o los tablones.

Confiesa que el oficio de silletero "nunca ha dado para vivir solo de ello" y tan sólo era una ayuda en casa. Temporalmente, iban por los pueblos a restaurar los asientos, mientras que en la época de la siega se dejaba aparcado este oficio, porque "había que dedicarse a ganar el jornal allí también", dice.

Un museo particular

A los 17 años, Feliciano Martín dejó la villa y se marchó al norte de España a trabajar en la industria, pero "circunstancias de la vida", explica, hicieron que volviera hace unos años a su tierra natal, Cantalpino. Ahora que ya está jubilado, a sus 67 años trabaja en el pequeño taller que tiene en casa donde se dedica a reparar sillas, a hacer algunos encargos y a ampliar su "museo particular".

Se considera una persona perfeccionista en su trabajo y es que la historia de Feliciano es una historia de superación. Cuenta que de pequeño tuvo poliomielitis y debido a su enfermedad como no había tantos adelantos, "para llegar donde llegaban los demás, uno tenía que superarse mucho más". "Tenía que esforzarme más porque yo quería ser capaz" sostiene tajante. Todo esto le hizo superarse cada día y luchar sin descanso, porque "antes aunque tuvieras una discapacidad tenías que trabajar como todos".

Ahora que se dedica por devoción, Feliciano Martín Cascón confiesa que "antes trabajar con la espadaña no le gustaba mucho", porque suponía demasiado sacrificio. Cuenta que pasó muchas calamidades. "Fueron muchas horas caminando, durmiendo en pajares y a veces escaseaba la comida y te volvías sin ganar muchas pesetas de las de entonces". Sin embargo, en esta etapa se recrea y disfruta con lo que hace, y muestra nostálgico que no quiere que se pierda esta tradición. "Ya no quedan casi silleteros en España", dice, al tiempo que reconoce que "los hijos no pueden dedicarse a ello y la vida es de otra manera ya". "Ahora hay máquinas que lo hacen todo rápido y en serie".

Sentado en su "tajo" y con todo listo, Feliciano Martín explica que en el momento de trabajar la espadaña" hay que humedecerla y ablandarla 24 horas antes para poder tejer con ella", y recomienda mantenerla envuelta en mantas para que se conserve. De esta forma, se cogen las vainas y se van agrupando para formar un cordón. Con los dedos entrelazados, este silletero teje la espadaña con mucha maña y asegura que el tacto le dice "si hay que empalmar más ramas o quitar". No hay un código ni unas reglas, "son muchos años con ella en las manos y la vida te lo enseña", cuenta mientras teje la silla que le encargaron reparar.

"Antes había que darse mucha prisa en hacer los asientos", porque era trabajo y la gente los necesitaba. En dos horas, si todo iba bien, podía estar acabada. Ahora, él tarda alrededor de cuatro horas en dejarlo todo rematado, porque cuando se sienta en su "tajo", no piensa comercialmente en lo que se puede ganar, "sino en hacerlo bien", asiente. "Me gusta el trabajo que hago y ya me adapto a precios muy bajos, porque la espadaña casi no se trabaja".

Ha recibido encargos desde diferentes lugares de España e incluso ha dado cursos sobre las técnicas del oficio para enseñar a recuperar estas tradiciones casi perdidas. Remarca sonriendo, que es curioso que ahora la mayoría de las personas interesadas en aprenderlo sean mujeres.

Artesanía de madera

Este vecino del municipio salmantino de Cantalpino muestra su otra gran pasión: la madera. Con ella lleva trabajando cerca de 30 años. Cuando se fue a vivir al balneario de Babilafuente, coincidió que tenía más tiempo libre y con la grafiosis del negrillo, "había más madera disponible de los árboles enfermos que no querían". Y es que Feliciano asegura que no corta la madera ni tala árboles porque es "ecologista". Recoge los trozos o las partes que desechan en el punto limpio y también las que los conocidos le proporcionan, de este modo aprovecha los desperfectos de la madera para esculpirla con sus manos.

Dice que tenía alguna noción de carpintería, porque ya de niño se confeccionaba los juguetes de madera y, cuando ejercía de silletero con su padre, a veces había que reparar las patas de las sillas o montar las tablas" así que "no quedaba más remedio que hacerlo". Con el paso del tiempo se aprende a mejorar y se descubren nuevas formas, cuenta mientras acaricia suavemente el cabecero de una de sus sillas.

Hoy se ha convertido en una gran pasión. Su casa es "un verdadero museo artesano", desde muebles, cabeceros de cama, adornos para la pared, hasta mesas o asientos, entre otros. Es curioso observar cómo en algunos de ellos aparecen pequeños grabados de Picasso, que él mismo reproduce. Se reconoce admirador del artista, así como de Dalí y otros, por eso trata de plasmar algunos dibujos en sus piezas para darle un toque personal.

Se considera "artesano sin maquinaria" y se inspira "en lo que me da la naturaleza". Reconoce que siempre tuvo curiosidad por el arte, por eso "miro libros y dibujos y voy al campo y busco trozos de madera donde pueda plasmar las ideas". Dice que su trabajo no guarda una línea, porque "no hay una pieza igual". Las manos de este silletero artesano que trabajan la madera de manera y tejen la espadaña a la perfección.