A mediados de los años 40, el arqueólogo español Blas Taracena se empleó a fondo en realizar excavaciones en el yacimiento arqueológico soriano de Montejo de Tiermes. Tras comprobar el volumen y la importancia de lo estudiado no tuvo dudas, y bautizó aquellos hallazgos como ´la Pompeya española´. Manuel Crespo sabe que Taracena no exageraba. Este veterano arqueólogo que a los 37 años se convirtió en becario está enamorado de Tiermes, idilio que resume en apenas cuatro frases: "Restos arqueológicos de los buenos, una ermita románica muy mona, buitres por encima de tu cabeza y un entorno natural notable". Qué más se puede pedir.

Durante dos años, hizo realidad su viejo sueño de compatibilizar su trabajo, la investigación, con la vida personal. Disfrutó de una beca de la Fundación Patrimonio Histórico de Castilla y León para la restauración, recuperación, conocimiento y difusión del patrimonio de la Comunidad, que le permitió escudriñar cada detalle del yacimiento arqueológico de Santa María de Matallana, en el municipio vallisoletano de Villalba de los Alcores. Allí pudo comprobar que la vida de los primeros pobladores de aquellas tierras no fue precisamente sencilla.

"El estudio de los restos humanos recuperados en la necrópolis de Prado de Guadaña permitió constatar la vida tan dura que llevaba aquella gente… Hoy lo tenemos mucho más fácil", reflexiona al tiempo que reconoce que el suyo fue un caso atípico, porque las becas suelen destinarse a recién licenciados. 24.000 euros y tiempo para centrarse en el estudio permitieron que, próximo a los 40, Manuel publicara varios artículos y generara material tan diverso que ha dado origen a otros trabajos en los que ya anda enfrascado desde su puesto de trabajo en la Universidad de Valladolid donde no ha dejado de investigar. Su objetivo ahora es desentrañar los secretos de un yacimiento calcolítico.

Aunque para secretos, los de la salmantina Eva Gutiérrez Millán, para quien los días deben tener más de 24 horas. En febrero de este mismo año defendió su tesis doctoral, finalizada gracias al empuje que le supuso la beca de la Fundación Patrimonio. Sacó tiempo para centrarse en la investigación, cuidar a sus dos hijos y trabajar, entre otras cosas, como monitora de pequeños con necesidades especiales, dando clases u organizando exposiciones para la Fundación La Caixa.

Su investigación sobre ´Manifestaciones culturales y artísticas en la ciudad de Salamanca en la Alta y Plena Edad media, génesis y configuración de una urbe castellano-leonesa´ resultó determinante para seguir adelante en su vida profesional. "Sin la beca me hubiera sido imposible finalizar y defender mi tesis", afirma convencida de que, sin el apoyo de la Fundación Patrimonio "no continuaría investigando, ni publicando en los foros científicos".

Eva alterna hoy su labor científica, plasmada en la realización de conferencias y publicaciones de ámbito nacional e internacional en su condición de experta, con una vertiente profesional centrada en el sector turístico "para la que el amplio conocimiento de la ciudad derivado de la realización de mi tesis resulta sumamente provechoso".

La filosofía vital de esta entusiasta de las ciudades de la región ("cuando una cosa te gusta le dedicas mucho tiempo e intentas dedicárselo bien", asegura) hace de Eva Millán una mujer sin límites que no ha dejado de pensar en su pasión sin descuidar las atenciones a su tercer hijo, nacido hace apenas tres meses quien junto a sus hermanos ya ha recorrido alguno de esos "sitios raros" que les permiten ir de aventura.

"Para ellos, subirse a una muralla es todo un acontecimiento", sentencia. Tanto, como para su madre bucear en archivos como la Real Chancillería, el Archivo Histórico Nacional, el de Simancas o el del ducado de Alba, con el objetivo de cubrir la laguna de la investigación sobre el medievo en Salamanca.

Algo parecido pensó Ismael Mena, un profesor de espíritu aventurero al que la concesión de la beca pilló en Sudáfrica, "perfeccionando mi inglés para después buscar trabajo relacionado con el mundo de la educación, la investigación histórico-antropológica o la cultura en cualquier lugar del mundo".

Mena es un enamorado de la historial local al que, desde hacía mucho tiempo, le rondaba la cabeza profundizar en la vida de Simón Ruiz, un avispado comerciante burgalés que, en pleno siglo XVI, levantó en la ciudad de Ismael, Medina del Campo, el edificio hospitalario más avanzado de Europa en la época y del que en la actualidad aún se conservan restos "en alarmante estado de conservación".

Sensibilizado para siempre

Para Ismael, manejar e informatizar las más de 56.000 cartas, 150 libros de contabilidad y más de 20.000 letras de cambio junto a otros tantos miles de variados documentos apenas descritos del archivo Simón Ruiz "ha constituido un aprendizaje profesional único y una sensibilización hacia el patrimonio documental que me acompañará siempre".

Podría pasar horas hablando del protagonista de su trabajo, pero prefiere invertirlas frente a sus alumnos de Ciencias Sociales de Segundo de Secundaria con quienes se lo pasa "especialmente bien" cuando debe que explicar algo sobre comercio o ferias en las edades Media o Moderna, u ofrecer detalles curiosos sobre datos recopilados durante la investigación.

"A los alumnos les impresiona saber que el mismo profesor que trabaja con ellos en clase estaba en contacto meses antes con ese barro de la historia que es la documentación", admite. Estimulado por los chavales, procura llevarles imágenes de documentos y sensibilizarlos sobre la importancia de la conservación de un patrimonio heredado "que hay que cuidar".

"El día que llevé al aula los facsímiles de dos letras de cambio del siglo XV se quedaron alucinados porque sintieron que tocaban el pasado", recuerda. Los adolescentes le preguntaban si aquellos "papelitos" eran de verdad, dónde se guardaban esos viejos documentos o qué pasaría si a alguien le diera por robarlos.

Tal es el interés de los chicos que Ismael ya se ha comprometido con ellos a buscar un archivo cercano que puedan visitar el próximo curso. "Ahora saben que en esos lugares hay cosas valiosas, así que seguro que ayuda a que tomen conciencia de ello", confiesa orgulloso mientras barrunta la posibilidad de acercarles a un yacimiento arqueológico.

Para Antonio Blanco, esos lugares donde reposan los vestigios del pasado no son ningún secreto. Actualmente trabaja en Aratikos, una empresa del sector, mientras espera que, antes de que finalice el año, la British Archaeological Reports publique la tesis que la beca de la Fundación Patrimonio le ayudó a finalizar sobre el ´Cambio cultural al sur del Duero (1700-300 antes de Cristo): De los Campos de Hoyos a las aldeas desde un enfoque territorial´. Sin embargo, Antonio no las tenía todas consigo. "La tesis estaba en un momento crítico de su redacción porque, o le dedicaba unos años y la terminaba, o la abandonaba definitivamente", explica.

La tesis le permitió tomar contacto con la Administración regional y la Universidad. Tras lograr el grado de doctor, se le abrieron las puertas para solicitar contratos de investigador en el extranjero, posibilidad que, por el momento, está aparcada puesto que ahora, merced a lo aplicado en su labor investigadora durante la beca, se ha convertido en un especialista en la aplicación del Sistema de Información Geográfica (SIG), que permite hallar pautas del comportamiento humano en el pasado, imperceptibles a primera vista, gracias a la aplicación de nuevos métodos sobre viejos datos.

Antonio considera que, en su caso, la formación continua "no es sólo una expresión hecha", sino una realidad que le ha permitido ir ampliando sus conocimientos y experiencias a diversos campos del patrimonio cultural desde las distintas instancias comprendidas en su estudio y gestión.

Pasó por varios niveles del escalafón hasta llegar a los yacimientos donde se mueve como pez en el agua, al igual que la vallisoletana Pilar Zapatero que, sin embargo, tuvo que hacer frente a la cara de estupor que ponía la gente cuando la veían transportar restos humanos metidos en bolsas etiquetadas de un laboratorio a otro. "Me miraban mucho, se apartaban y no decían nada", comenta divertida.

El trabajo de Pilar, con la ayuda de la beca de la Fundación, se centró en estudio del sepulcro colectivo de La Velilla, en Osorno (Palencia), en el marco del fenómeno megalítico de la Meseta Norte. Ese megalito le obligó a estudiar no sólo las características arquitectónicas y estructurales de la sepultura, los elementos del ajuar o su cronología, sino también los restos humanos.

Para ello, y animada por el catedrático de Prehistoria, Germán Delibes, tuvo que aprender Anatomía y Antropología Física, además de ponerse en contacto con médicos anatomistas, forenses o antropólogos físicos y familiarizarse con todas esas disciplinas, "para manejar correctamente y sacar partido a los resultados y poder realizar una lectura integrada tanto de los datos como de la sepultura".

La labor fue titánica, sobre todo teniendo en cuenta que, por circunstancias de la vida, Pilar llevaba años alejada de todo lo relativo al patrimonio, "pero no lo había olvidado". Hoy está centrada en terminar su tesis doctoral y contenta por haber podido tocar tantos palos durante los dos años de labor investigadora, puesto que "en estos momentos la investigación funciona de manera interdisciplinar pero restringida a los diferentes centros".

El leonés Joaquín García Nistal era, como Pilar, perfectamente consciente de las dificultades que entraña terminar una tesis. Convencido de que "no es fácil concluir este tipo de trabajos tan ambiciosos sin una ayuda económica" se fijó en las becas de la Fundación Patrimonio para poder dedicarse a profundizar en ´La carpintería de lo blanco en Castilla y León´, un curioso enunciado para los legos que esconde el afán de algunos expertos ebanistas por pulir los trozos de madera empleados en sus tallas, frente a la carpintería de ´lo prieto´, mucho más tosca. Ese trabajo ha sido el germen de otros que este profesor de ´Arte y Arquitectura desde 1945´ e ´Historia del Cine y otros medios audiovisuales´ en la Universidad de León ha ido emprendiendo paulatinamente.

Capacidad de sorpresa

El nexo común de los 49 investigadores que hasta el momento se han beneficiado de las becas de la Fundación Patrimonio desde su creación hace siete años es su infinita capacidad de sorpresa. Joaquín descubrió que, frente a la creencia tradicional, el oficio de carpintero en León, Valladolid y Madrid carecía de gremios y de una organización definida. Del mismo modo, cualquiera de las visitas a las iglesias donde estaban situadas las armaduras de cubierta que estudiaba, le "deparaba gratas sorpresas en forma de fechas o peculiares inscripciones".

El contacto con la gente es otra de las características que se repiten en la mayoría de los casos puesto que la labor investigadora obliga a visitar en muchas ocasiones rincones recónditos de la geografía de Castilla y León. Joaquín recuerda con cariño la amabilidad de los vecinos de cada localidad. "Una mujer de un pueblo del Bierzo no dudó en entregarme la llave de la iglesia para que yo mismo fuera a visitarla porque ella estaba ocupada, otro hombre encargado de las llaves me abrió pero a cambio tuve que ver su destreza tocando la armónica". En otros casos, no tuvo más remedio que seguir de pueblo en pueblo los pasos de algún párroco "porque no lograba coincidir con él para conseguir acceder a las iglesias". Todo un anecdotario que, según Joaquín, daría para escribir un libro.

Rodeado de unos cuantos se quedó Francisco Javier Domínguez Burrieza, a quien abandonaron en una biblioteca para evitar que robara su contenido. "Durante seis horas no pude sentir más que el nauseabundo olor de las tapas de piel de manuscritos que, sin la adecuada ventilación, casi provocó que me desmayase", cuenta este trabajador del departamento de Ingeniería e Informática de la Universidad de Valladolid.

Francisco asistió con impotencia y frustración a la desaparición de algunas obras "apenas días antes de que pudiera fotografiarlas", algo que, reconoce, fue muy duro para él. Todavía no acaba de explicarse cómo ciertas infraestructuras en pie desde hace más de un siglo se vinieron abajo "una semana antes de que alguien reparara de manera seria en ellas".

Podría ser el argumento de alguno de los videojuegos en los que participa como asesor histórico. Todo un misterio que, además, sirve para sacar a la luz la división de opiniones de los expertos respecto a la conservación del patrimonio regional. Buena en la mayoría de los casos, aunque con matices que apuntan al entorno rural como uno de los grandes olvidados.

Su investigación sobre la vida y obra de Jerónimo y Antonio Ortiz de Urbina le animó a plantearse seriamente la creación de una industria cultural para hacer estudios históricos. Hasta que ese sueño logre hacerse realidad sigue colaborando con un grupo multidisciplinar de la UVA sobre cuestiones documentales y Edutaintment, en un proyecto denominado PEC (Plataforma de Entretenimiento Cultural).

Las de Joaquín, Ismael, Francisco, Pilar, Eva, Antonio y Manuel son siete historias de tesón, empeño y, en algunos casos, superación personal de entusiastas a los que la vida había encauzado por otros caminos y la llamada de la investigación, en forma de beca de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, devolvió a la senda del interés por descubrir que, bajo el suelo que pisamos o quizá en el edificio que vemos cada día, se esconde el alma de una tierra que, sin gente como ellos, y la necesaria colaboración de las instituciones, nunca hubiéramos podido conocer.