Escribe García Márquez:" La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado".

Eso me ocurre cuando cada mañana paseo sobre la ría soterrada y juego con mi memoria poniendo árboles, huertas y frutales, allí, donde un tiempo lejano, tuvieron vida propia y junto a ellos o bajo ellos, dejamos transcurrir nuestra infancia.

Hoy de aquello solo existen en mis recuerdos algunos vestigios, algún tapial o algún sendero y aunque hay que bendecir la llegada del futuro, no por eso, debemos de desechar la melancolía que luchar por instalarse en nosotros como esas visitas molestas a las que dejamos la puerta abierta para que se vayan por donde vinieron.

El camino borreguil ha dejado de existir como tal, ese camino que hasta el año pasado transcurría entre zarzales repletos de moras y que permaneció intacto hasta que alguien pensó que debería modernizarse o hacerlo desaparecer. Y queda el vestigio de un muro de ladrillo que marca la linde de la huerta y que solo los que corrimos estos lugares podemos perimetrar dentro de nuestra retentiva.

Benavente se va transformando, creo que ya demasiado tarde, y no es que hayamos perdido el tren de la modernidad, es que creo que ese tren ni llegó a pasar por estas vías o nos lo desviaron hacia otros caladeros de votos que, al fin de cuentas, es lo que importa a nuestros políticos de turno.

Da envidia pasar por Villadangos, pongo como ejemplo, y ver el importante polígono industrial y las empresas allí establecidas. Alguien me recordará que era el pueblo natal de la difunta Isabel Carrasco y que barrió para casa, lo más lógico. Yo creo que aquí no supimos llorar a tiempo y por consiguiente no pudimos mamar nada.

Duele ver que, si uno busca en las redes sociales las señales de identidad de los pueblos, la primera imagen que aparece de Benavente sea la fiesta del toro enmaromado. Nada que objetar. Una fiesta querida por todos. Pero me hubiese gustado ver y leer la relación de industrias instaladas, baremos de la renta per cápita, tasa de empleo y desempleo y, sobre todo, proyectos futuros, si es que los hay.

Las fiestas también definen a los pueblos, les dotan de personalidad, son una muestra característica de la cultura y por ende de la identidad cultural. Constituyen un suceso de obligada mirada en el tiempo, una visión integral como catalizadora de las expresiones de dicha identidad. Las fiestas tradicionales demuestran esa identidad cultural de ahí que sea tan importante su conservación. Duele oír la respuesta que te dan cuando preguntan de dónde eres? buena villa y mala gente. Nunca he podido entender el porqué de este refrán que nos castiga sin sentido.

Aunque, hablando de refranes, me quedo con otro que hace referencia a nuestra forma de ser: "lascia fare", dejar hacer, o el, "que inventen ellos" unamuniano."Benavente se queja, la Puebla llora, pobre La Bañeza, que queda sola".

Siempre quejándonos, pero nunca el puñetazo sobre la mesa y decidir enérgicamente. Nadie nos va a venir a salvar, todo lo contrario, nos esquilman.

Por eso, ver ahora, tras superar un largo bloqueo en su proyecto, alzarse el hipermercado en la Vía del Canal, mueve a la esperanza.

Cierto es que algo muere en nosotros cuando vemos desaparecer lugares en los que pasamos la juventud, pero su sacrificio bien vale la pena. Jamás pensamos y menos los que la navegamos de críos, que la ría desaparecería un día y en su lugar se alzaría un paseo por el que hoy en día da gusto caminar.

Me detengo donde antaño fluía el agua, "la regadera", y donde zambullíamos nuestros pies la comunidad guerrera del barrio de La Soledad. Era nuestra pequeña playa, nuestro lugar de encuentros y de citas llegado el buen tiempo. Pero tampoco es bueno detenerse en el pasado y hurgar en él, siempre es mejor pasar sobre él con prisas para poder avanzar.

Me da la impresión que el hipermercado va a ser la piedra fundamental, el cimiento necesario para que el tejido empresarial de Benavente circule a su alrededor. Bienaventuradas aquellas cosechas si nos van a traer estos frutos. Esta ciudad exhausta merece algo mejor.

La verdad que, no sé qué responder, cuando alguien me pregunta el horario para visitar nuestros templos. Me cabrea llegar a Sahagún, Tordesillas, Toro, Astorga y encontrarme con todos los lugares de interés monumental abiertos al público. Tocar el sarcófago bajo el que está enterrado Alfonso VI junto a sus esposas. O el de los Pimenteles, trasladado en su día desde la iglesia de San Román del Valle al museo de los caminos del palacio de Gaudí en Astorga.

Aquí los que nos visitan se han de conformar con la vista exterior de Santa María o de San Juan, la fachada del Hospital de la Piedad y poco más y esta no es forma de hacer patria ni de vendernos más allá de nuestras fronteras.

Y lo malo de todo es que esta anomalía no tiene solución, al menos inmediata. Cuando estos días pasados he visitado la nación vecina, me sorprendió la avalancha turística que atestaba iglesias y palacios. Gimarães, la ciudad donde se supone nació Portugal, como reza en sus murallas. Ciudades decadentes que nos atraen porque sus piedras son capaces de hablarnos. Al contemplar el río Duero me preguntaba, ¿cuándo esta agua transcurrió bajo el puente del Órbigo o de Esla? Y a uno se le encoge el ánimo pensando como el poeta que nuestras vidas también son esos ríos que van a dar a la mar, que es el morir.

Brindemos pues por el afloramiento de este centro comercial que, al menos, paliará el paro por poco que sea y nos hará sembrar la esperanza en lo que ayer fueron campos de espigas.