Es difícil de entender a Nietzsche, un filósofo que, por una parte, piensa que la vida hay que vivirla hasta el agotamiento y, por otro lado, habla de la necesidad de promulgar leyes reguladoras que controlen los excesos.

Si uno se acerca a su Zaratustra le embarga la opinión contradictoria que sobre la naturaleza de la mujer vierte en su libro:

"Todo en la mujer es un enigma, y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo". Y prosigue: "Dos cosas quiere el hombre auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, como el más peligroso de los juguetes".

Tomadas estas dos frases tremendas fuera de contexto nos llevaría a pensar en la misoginia del filósofo a su severo antifeminismo que se oponía y enfrentaba al recién nacido movimiento feminista de su época.

Hace años, mi buen amigo Antonio Casado me recomendaba un libro que a su vez yo os recomiendo, del autor bañezano Ernesto Méndez Luengo: Llanto por un lobo muerto.

Al leer esta novela conocemos las costumbres de las bandadas de lobos, la emocionante lucha entre ellos para dirigir la manada. Cómo el lobezno asiste a la derrota y muerte de su padre, vencido por el lobo más joven y fuerte que impone su fuerza para dirigir desde ese momento la manada. Pero, sobre todo, a través de sus páginas, vemos viendo crecer a ese lobo joven hasta que, seguro de su fortaleza, y ahíto de venganza, busca al quien diera muerte a su padre y al que reta a una lucha a muerte.

Pero, no solo nos habla de la manada, sino que crea un paralelismo entre los lobos y la historia de los bandoleros que poblaban la Sierra de la Culebra durante el reinado de Fernando VII.

La lucha entre los dos, es una lucha feroz, el uno, porque descubre a quien se enfrenta, el hijo al que hace años diera muerte, y el otro, mirando fijamente a los ojos que le piden venganza.

La diferencia de aquella lucha en la manada y esta lucha en la otra manada que se juzga, es clara; aquí no se trata de seguir al más fuerte, sino al más canalla. Los valores que se deben de aportar para integrar ese grupo que da asco, no son valores morales, ejemplarizantes, todo lo contrario, cuanto más abyectos, cuantas mayores sean sus vilezas, más cerca están de que les abran la puerta, siguiendo a un cabecilla que carece de valores morales.

Da pena leer el argumento que esgrime el juez Ricardo González quien cuestiona la sentencia porque, según él, no hubo: "Ni dolor ni asco, era excitación sexual... un jolgorio".

Este juez discrepante añade que no aprecia cosa distinta a "una cruda y desinhibida relación sexual en un entorno sórdido".

Acatamos la sentencia, aunque no estemos de acuerdo con ella, aunque nos produzca rechazo y asombro; pero leer el argumento de este juez para pedir su absolución produce zozobra y uno piensa cual hubiese sido su razonamiento en el caso de que la víctima hubiese sido su hija o alguien de su entorno.

Queremos que los jueces juzguen y no sean psicólogos. Que condenen o absuelvan por los hechos y no por suponer que si la víctima cierra los ojos o emite un gemido está consintiendo el abuso. Para su señoría simplemente fue un acto sexual mantenido entre cinco varones y una mujer, en un entorno sórdido, cutre e inhóspito y en la que ninguno de ellos (tampoco la mujer) muestra el más mínimo signo de pudor". Es decir, que como afirmaba Nietzsche, la mujer fue un juguete en manos de cinco ruines despreciables que la sometieron a su antojo.

Pero. claro, tenía los ojos cerrados. Solo faltó que alguno de ellos preguntara si estaba disfrutando. Uno se pone en su lugar y los que conocemos los sanfermines, sabemos lo que circula por las calles a esas horas.

No sé lo que entiende este juez al hablar de pudor. ¿Qué pudor pudo existir cuando la joven está sometida al control brutal de la manada? Cuando está sometida al capricho soez de cinco varones en un entorno: "sórdido, cutre e inhóspito y en la que ninguno de ellos (tampoco la mujer) muestra el más mínimo signo de pudor".

Leer esto me produce repugnancia y el temor de que estas manifestaciones contradictorias puedan alterar la sentencia en beneficio de los imputados.

Me uno a esas voces de protesta para decir que yo también la creo y que urge cambiar la ley para que estos actos no salgan tan gratuitos o tan baratos.

Y termino con una máxima en la que siempre he creído: "No hieras a una mujer, ni con el pétalo de una flor".