Añoro la otra Veguilla, no podría ser de otra forma, cuando la fiesta se reducía a la celebración de su parte litúrgica y su parte profana, que era la que más nos atraía tras haber soportado la censura férrea de una Semana Santa en la que está prohibido casi todo.

No entendía como siendo Santa María, nuestra joya arquitectónica, en cuyo interior se rendían culto a lo largo del año a celebraciones o aniversarios, eucaristías y novenarios, no albergara la imagen de la Patrona y ésta, estuviese más o menos relegada a un viejo altar desprovisto de cualquier otro ornamento que no fuese la pared salitrosa de un templo semicerrado al culto, me refiero a la desaparecida iglesia de San Nicolás.

Por eso había que hacer, tres días antes el traslado de la imagen de la Virgen hasta Santa María y dar comienzo al triduo en su honor.

Lo recuerdos son como costra que se va depositando en la memoria y que de vez en cuando, se desprenden partes de aquellos invitándonos a tenerlos que restaurar.

Algunos de ellos me pesan ahora tanto como siguen pesando las andas procesionales realizadas en plata toledana por Juan de Figueroa Vega (1683-1685).

Y son recuerdos amargos porque siguen vacías las varas de los otros tres amigos y compañeros del Frente de Juventudes, que las transportábamos: Pascual Vega, Manuel Castaño y Piqueras.

El peso de la imagen, en piedra policromada, no es tanto si lo comparamos con el de las andas que hundían nuestros hombros. Pero era el sacrificio que ofrecíamos a la Patrona.

Y todo estaba bien.

Después, la procesión solemne que algunas veces presidia el Obispo. Las calles alfombradas de tomillo y pétalos de flores.

La verdad que para nosotros lo perentorio era que amaneciera el lunes y que se llegara al ítem misae de una larga misa pontifical.

Y todo estaba bien.

Y se distribuía el pan de la Veguilla, Y todo era bueno. Y el Cabildo en pleno asistía en su día correspondiente a rendir homenaje del pueblo de Benavente en la ermita de Cimanes de la Vega, y todo era bueno.

Y más tarde, se fueron incorporando actividades que ya barruntaban el cambio de la fiesta. Uno muy importante: la coronación de la reina de las fiestas que pasó de ser un acto sencillo a dotarle de la solemnidad que tales actos requieren con la presencia, incluso de la Coral Isidoriana de León o la Orquesta de Cámara de la misma ciudad.

Y todo resultaba bien.

Pero alguien creyó que aquel acto era una forma aristocrática, sin haber leído tan siquiera a Aristóteles, de elegir a la reina; carente, por lo tanto, de democracia, sin haber leído a Platón. Y se le fue desposeyendo de lo que le dotaba de esplendor añadiéndole ocurrencias no escritas en ningún manual de costumbres.

Y todo fue malo.

La plaza mayor, como ahora, atestada de vecinos haciendo ondear las banderas de España de papel que en puestos y quioscos se vendían en la calle. Más tarde llegarían las pancartas re indicativas y, por último, las peñas.

La maldad que infligíamos, era impedir que el alcalde tomase la palabra para conceder el deseado toro. Hasta que cansados y hartos, callábamos las voces para escuchar una vez más aquello tan deseado: ¡tendréis toro!

Bailes, verbenas, concursos... Por cierto, sigo percibiendo en mis oídos los pitos con los que toda la plaza en pleno me obsequiaba al intentar interpretar un, ¡Oh sole mio! en el que ponía todo mi corazón. Hoy, impostada la voz, los doy por buenos y sonrío mientras sostengo el sobreagudo en si bemol del Nesun Dorma, o ataco sin miedo los 9 dos de pecho de La Fille du Regiment-

Después, a contar los días hasta la llegada del Corpus.

Y todo fue bueno.

Yo, que he militado en casi todas las vanguardias, por supuesto que no iba a oponerme a las nuevas estéticas o los nuevos planteamientos filosóficos. Freud, Einstein, Sartre, Picasso, rompedores natos, aunque hayamos visto más tarde que algunos de ellos se equivocaron.

"No hay estética sin ética", dijo en 1964 José María Valverde, catedrático de Estética de la Universidad de Barcelona. Renunció a su Cátedra en solidaridad con José Luis Aranguren, Enrique Tierno Galván y Agustín García Calvo expulsados de sus cátedras por las autoridades franquistas, al haber encabezado una manifestación de estudiantes; renunciando de esta manera al pensamiento sobre el que llevaba toda su vida trabajando.

También aquí podríamos aplicar dicho axioma: si somos incapaces de saber dirigir el conjunto de costumbres y valoramos el comportamiento humano, la estética por sí sola, no será capaz de alcanzar la percepción de la belleza y, por lo tanto, no llegará a emocionarnos.

Pero ocurrirá lo que, tras la deflagración, que, liberada la violencia de la energía, todo retornará a su cauce, Ya lo estamos percibiendo, los botellones de mediodía decaen, el comportamiento en la plaza, digamos que es más civilizado y los comas etílicos se han reducido a casi no existir.

No confundamos la tradición con la costumbre.