Febrero se va sin prisas, como llegó, y casi con el mismo cielo gris que, a veces, nos ha dejado el amago de un sol o de unas nieves que nunca llegaron a teñir el suelo de blanco. Y se apereza mimoso queriendo permanecer, quedarse entre nosotros, quizá porque se sabe que es el mes más corto del año. El viento es incapaz de cambiar el rumbo de las veletas y las nubes, puro algodón, esconden ese azul que con tanto deseo esperamos.

Es un mes para pensar pasadas ya las resacas de la navidad, metidos en tiempos cuaresmales oyendo los redobles de tambores y las estridentes cornetas que se ponen a punto para las próximas procesiones de Semana Santa. Y saltamos de fiesta en fiesta como queriendo olvidar los días intermedios que nos mecen en un aburrimiento total. De la navidad al carnaval, del carnaval a Semana Santa y después la precipitación de la Veguilla y por fin, el Toro tan esperado y tan querido. Y así, sucesivamente.

Mientras tanto, da gusto salir al campo y ver las bandadas de jilgueros luciendo sus emplumadas pecheras rojas y amarillas buscando el grano del cardo seco. Parece que intuyen la llegada de la primavera y al acercarme a los almendros que ya brotan albinos, he de recordar al poeta y susurrar muy bajo aquella, a modo de súplica: "que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma compañero".

Pero los compañeros van desapareciendo poco a poco y me sumerjo en soliloquios que me llevan a recordarles y me entristece ver cómo han desaparecido los lugares de nuestros juegos o como, felizmente, se siguen manteniendo los tapiales de alguna huerta tras los que asoma la cúspide aun desnuda de loa árboles a los que tantas veces arrancamos sus frutos.

No es tiempo de detenernos por aquello de los fríos, pero si podemos dedicar unos minutos a contemplar desde el puente como transcurre el agua bajo él, un agua transparente que se antoja heladora y que comienza a llenar las orillas ayer resecas.

Y me da por pensar en otras cosas sobre las que pocas veces reflexionamos y sobre las que pasamos con prisas, con zapatillas de seda, porque puede que nos remuerdan la memoria y la conciencia.

Podemos estar o no de acuerdo con lo que Platón pone en boca de su maestro Sócrates: "Todos los hombres desean la felicidad, ésta se encuentra en el bien. Por tanto, conocer el bien implica su realización, mientras que el mal se hace por desconocimiento del bien".

Escribe Henry David Thoreau que "la felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro".

Bonita frase para no olvidarla.

Se suceden los días y se suceden las tristes noticias a las que, casi por ser cotidianas, ni nos estremecen ni nos alarman.

Los tiroteos en las aulas, la violencia y el acoso, o los abusos sexuales entre los cada vez más jóvenes e indefensos, los profesores canallas y pederastas que abordan a las alumnas y alumnos con la total impunidad amparados en el miedo y en silencio de sus víctimas y una justicia desbordada que no sabe poner freno a tanta locura. La violencia de género sigue causando muertes y ni los brevísimos encarcelamientos, ni las manifestaciones, que no dejan de ser cataplasmas, pueden evitar el dolor y la rabia.

Y llega la impotencia ante el arrebato, el silencio ante el grito y aparecen los de siempre, los responsables de la seguridad a los que se les llena la boca de promesas sembrando esperanzas para decirnos que es inevitable y que la violencia se origina en la falta de consideración hacia la sociedad en que vivimos. El no poder controlar los impulsos a la hora resolver las cosas.

La falta de conciencia en una sociedad que cree que la mejor forma de solucionar los conflictos es hacerlo a base de huelgas, tiroteos, golpes...

¿Tan difícil es de explicar que el bien es todo lo que está de acuerdo con lo que somos y lo que conviene al ser humano, y el mal es lo contrario: lo que significa la negación de lo que somos y lo que no nos conviene como seres humanos?

Manejamos sin pudor todo invento, toda máquina, que nos facilita el viaje por las redes sociales y pocas veces advertimos a los menores de los peligros con los que se puede encontrar en esa forma de navegar; los engaños y tentaciones que se ocultan tras inofensivas páginas de publicidad que nos espían sin mirarnos y se cuelan de rondón en nuestras habitaciones o en nuestra vida privada.

Tenemos miedo de hablar abiertamente de las líneas frías o de las líneas calientes porque creemos que es coartar su libertad; miedo a que nos califiquen de carcas o nos desborden con sus preguntas o las que posiblemente un gran número no sepan dar respuestas.

El erotismo, el porno, se ha instalado en la sociedad como algo normal, ventana a la que por simple curiosidad alguna vez hay que asomarse y dejamos de darle importancia si alguien nos sorprende en esas visitas.

Constantemente están llamando a nuestra puerta como una tentación, los agentes del progreso a los que oímos y damos crédito tratando de convencernos de que todo está dentro de la normalidad.

Y se resquebrajan los valores que luego transmitimos en la calle, en los círculos sociales o en el propio domicilio.

Ya no nos asustan las nuevas formas de expresión, ni la indecencia, ni el lenguaje vulgar y grosero; es coetáneo, es un formato nuevo que hemos adoptado como parte de ese progreso y de esa modernidad. Queremos emular a todo lo que asoma por la pantalla, a los que nos muestran como ídolos porque creemos que es el camino más rápido para triunfar y enriquecernos.

Como dice Savater, tenemos que tener el valor de elegir: "Podemos adaptar o forzar valoraciones, cambiar opiniones y criterios de aceptación o rechazo a cosas o conductas, pero diremos que las consecuencias o efectos han sido los adecuados o no".

Valorar las cosas nos servirá de guía para evitar que nos abrumen, nos manipulen o nos derrumben haciéndonos tomar decisiones contrarias a lo que somos y a lo que nos conviene por ser como somos.

La nación llora, exclamaba cínicamente el otro día un compungido Trump ante la matanza de la escuela americana. Mentira, A la nación le importa tres pepinos esos asesinatos. Tomaremos medidas, dicen nuestros políticos, me da que serán para sus trajes. Pero aquí nadie se pudre en la cárcel y resulta muy barato, cuando no gratis, deshacerse de aquel que nos molesta.

Asistimos a la destrucción de ideales sin movernos de nuestro asiento porque alguien ha proclamado que eso es un avance social. La verdad, lo justo, lo bello y el amor que siempre estaban presentes en nosotros, han sido sustituidos por lo cómodo que nos resulta no pensar.

San Valentín fue celebrado con perfumes, flores y sortilegios con los que sorprender a la pareja, pero esas intenciones duran tanto como el tiempo en el que se marchitan esas flores.

Luego, lo de siempre: el arrebato, la incomprensión, la violencia y otra víctima más que añadir a la siniestra lista de muertes y desaparecidos.

Vuelvo a los días tristes de este febrero loco y la verdad que me gusta más ver como vuelan las bandadas de jilgueros a los que en otros tiempos atrapábamos con liga y que ahora libres van de un cardo a otro cardo, que ponerme a escribir sobre algo que me conmueve y que a veces ni comprendo.