Haya sol, llueva o haga frío, todos los mediodías del año suena la campana del santuario de la Virgen de las Encinas en Abraveses de Tera. Una tradición que se mantiene desde hace siglos, muy probablemente desde el siglo XIII cuando se alzó la primera ermita en la loma de "los Casares" dominando la vega del Tera en Abraveses. La vega que hace ya ocho siglos había recibido el bautismo de San Pelayo por la denominación de un arroyo vertiente al río Tera.

A menos de un kilómetro del poblado de Abraveses, asentado ya con referencias históricas en la primera mitad del siglo XI, se construía una ermita entre los siglos XII y XIII, ya que la talla románica de Nuestra Señora de las Encinas y que la leyenda popular atribuye su aparición a unos cazadores, se deba probablemente a esa época. Más aún, el cenobio de San Pelayo fundado por Flaínez en el siglo XI podría ubicarse en esta terraza de la vega.

Desde la época de la construcción de la antigua ermita dedicada a la Virgen de las Encinas se ha venido tocando la campana. Incluso se llegó a sobreponer el cuerpo del campanil sobre el edificio reconstruido en varias ocasiones, entre los siglos XVIII y XIX, para que su sonido se extendiese no sólo por la campiña inmediata, sino que la llamada del Ángelus llegase a los vecinos pueblos de Micereces e, incluso, de Santibáñez de Tera o de Santa Croya.

Era el ermitaño el que se encargaba de hacer sonar la campanilla no sólo al rezo del Ángelus, al mediodía, en las celebraciones marianas o anunciando tormentas.Y la tradición con ocho siglos de historia se mantiene en Abraveses de Tera porque el pueblo así lo decidió en su día y de ello no hace más de 60 años en la asamblea de cofrades. Por entonces decidieron que cada día fuese un vecino el encargado, "por vela", por turno, del tañido de la campana del santuario. Y ello a raíz de las últimas ermitañas que lo hicieron, Leonarda Blanco y su hija Soledad, residiendo en Abraveses tras tomar el relevo a la señora Ceferina quien fuera la última ermitaña con morada en la casita adosada al templo mariano. Y así lo aprobaron porque todos los vecinos son cofrades y sintieron como algo propio el tañido diario que hasta entonces les convocaba.

Ayer miércoles, un día como cualquier otro, le tocaba el turno de hacer sonar la campana a un vecino ya nonagenario, Aurelio Furones Mayor, quien con 92 años acudía en bicicleta desde el pueblo hasta el altozano de la ermita, dejando la bici aparcada al principio del más que empinado ascenso del camino.

Desde ahí, Aurelio Furones, se dirige a pie hasta la ermita con similar alborozo a como si fuese la primera vez que desde niño sujetaba firmemente la soga que hace voltear la campanilla. Eso sí, lo primero que hace es, tras santiguarse, acudir a postrarse ante su venerada Señora. Son momentos de fija mirada y corazón palpitante.

Y Aurelio Furones Mayor se dirige hasta la entrada, mira a uno y otro lado de este templo de cruz latina, antes de sujetar con sus dos manos el asidero de palo anudado a la soga de la campana, tirando de él. Y hace "tin tan, tin tan, tin tan", refiere este nonagenario aduciendo al tañido del volteo. Así durante varios minutos. Sin esfuerzo, porque le sale de las entrañas de su honda devoción. Y mira agradecido con los ojos húmedos a su interlocutor.

Aurelio Furones Mayor fue quien entronizó a la Señora en su camerino en el septenario del 2012 y ello por séptima ocasión y quiere volver a hacerlo en el próximo 2019, con 94 años de edad. "Si Dios quiere y la Virgen de las Encinas me lo permite", advierte con emoción.