Nunca antes Benavente y la comarca han sido tan contundentes para defender sus derechos. Ayer clamaron por una sanidad digna e íntegra, como consagra la Constitución Española, la misma con que la clase política da lecciones a los ciudadanos un día sí y otro también.

Ni siquiera cuando Enrique Barón, ministro de Felipe González, tan reputado hoy por constitucionalista y padre de la patria, como cuestionado antaño por burócrata de un Gobierno de izquierdas insensible a la demanda de una tierra que había progresado en parte gracias a los raíles del tren, los ciudadanos de Benavente y comarca han protestado de forma tan unánime y apolítica como lo hicieron ayer.

Algo formidable ha pasado: esta tierra se ha caído del guindo sin estar en la Virginia o el Oregon del trumpismo de hechos alternativos que domina el mundo, sino en esta Castilla machadiana, tan polvorienta otrora como moderna ahora de autovías.

Entonces los políticos tiraron de números igual que hoy. Entonces no había pasajeros que justificaran el tren que daba vida y prosperidad. Hoy no hay enfermos que justifiquen una planta hospitalaria y mañana es posible que sea el hospital entero. Parece que todo vale para cerrar lo que sea allí donde la gente no se revela. Parece que con números se cierra lo que haga falta, aunque la ciudadanía nunca conozca las cifras que justifican las cosas que se abren o que se financian con dinero púbico, hasta que se rescatan con sus impuestos.

A Felipe González en 1985 le "dolió" mucho cerrar la Palazuelo-Astorga. Era un asunto de Estado, como la reconversión industrial o la naval. Los socialistas de aquí y de entonces defendieron aquel cambio tan progresista. Protestaron unos 3.000 benaventanos en la plaza Mayor mientras el alcalde de entonces permanecía, ceñudo, encerrado en su despacho. Vi la preocupación en los ojos de unos cuantos convecinos, aunque al final Benavente se tragó el tren y el sable, como un abnegado faquir.

Aquellos dirigentes tiraron de números igual que lo han hecho los prohombres sanitarios de Juan Vicente Herrera hace unos días, perfumados, embutidos en trajes de más de 500 euros y dispuestos a convencer a alcaldes de pueblo de las bondades de las cifras que, según ellos, avalan que la realidad es distinta de lo que les pasa a sus vecinos día a día. Pero ahora Benavente y la comarca no tragan.

Cuando la política no está cargada de razón, no solo es inútil, resulta contraproducente. Si Juan Vicente Herrera, que porfió por este hospital, quería superar a Felipe González, pinchó en hueso. Los benaventanos no se van a someter esta vez; han hecho dientes y deberían tomar nota él y su sucesor en el partido. Ahorre de otro sitio, le han dicho clamorosamente.

Ortega advirtió que "la realidad que se ignora prepara su venganza". Lo sabía dado que siendo filósofo fracasó como político: la mentira se le hizo imposible.

"Canta el pueblo su canción, nada le puede detener", escribió Víctor Hugo en Los Miserables. Ayer un jubilado descamisado encabezó la mayor manifestación de la historia de Benavente. Le seguían 15.000 personas. "Esta es la música del pueblo que no se deja someter". Parece difícil de refutar esto con cifras.