La que fuera morada del ermitaño del santuario o antigua ermita de la Virgen del Agavanzal ha recobrado su estampa original. El sabor pétreo de su fachada retoma sus orígenes marcando uno de los sellos constructivos más antiguos que jalonan el camino jacobeo sanabrés o también denominado mozárabe.

La asociación de la Virgen del Agavanzal es la que se ha encargado de que esta pequeña construcción, rica en historia y testigo de innumerables cuitas de peregrinos y mercaderes, se alce en el "Coto Redondo", la zona de tierras y viñedo que sustentaba al eremita hasta hace 150 años.

Desde entonces, la casita del último ermitaño, cuyo cadáver apareció junto a la cocina que dominaba toda la estancia, no ha vuelto a ser ocupada. Su destino ha sido finalmente la de servir de almacén al templo mariano, cuyos ojos se entrecruzan.

No obstante, hasta hace unos años en la misma estancia del viejo solitario, los presbíteros de la zona compartían un almuerzo coincidiendo en septiembre con la fiesta de la romería de Nuestra Señora del Agavanzal.

En el mes de abril, con motivo de la celebración de San Marcos, numerosas gentes llegaban hasta el Coto Redondo para rendir pleitesía a la Señora. Hasta 14 pendones de pueblos vecinos, desde Otero de Bodas, Villanueva de Valrojo o de la zona del Tera rodeaban el templo y la casa del eremita y las cuadras contiguas, una destinada a las caballerías y otra cuadra grande para el resto de la hacienda.

La intervención de obra ha permitido retirar el enfoscado de la fachada a base de barro, arena y cal, dejando los elementos pétreos originales, así como la consolidación de algunos de ellos en los muros.

La puerta de acceso y las ventanas del pequeño inmueble se han pintado no sólo conservando el maderamen sino que, a la vez, se resaltan sendos enrejados de forja engarzada, con la factura característica hasta hace dos siglos.El portal intacto, la cubierta de teja árabe intacta al igual que sus paramentos laterales, tal cual fuera su origen constructivo de modesta factura, aunque de digna morada para quien prestase atención tanto a peregrinos como al propio templo.

Alguna que otra renta económica por esta labor y cultivos del Coto Redondo le caía al ermitaño de parte de la baronesa de san Vicenso que hasta el año 1950 ostentaba la propiedad de la zona. De la ermita de la Virgen del Agavanzal, de la casa del ermitaño y de las tierras del Coto Redondo.

Hace ahora 66 años, con fecha 17 de octubre de 1950 cuando el entonces prelado astorgano, monseñor Jesús Mérida Pérez, se hizo cargo para la diócesis maragata de la ermita, casa del ermitaño, huerta y los terrenos de Coto Redondo por el precio de 3.250 pesetas que abonó a la hasta entonces propietaria, la baronesa de San Vicenso, doña María Menéndez Valdés y de Bustamante, legítima heredera del linaje de los Bustamante y propietaria de casa palaciega en la villa toresana.

El templo mariano de Olleros de Tera que ha venido sufriendo constantes reformas desde su construcción en los albores del siglo XVII por don Diego de Bustamante y Melgar perteneciente a la Orden de Santiago, caballero de la reina y dueño del coto Redondo del Agavanzal, gozó ya desde sus orígenes con una bula de indulgencias para sus cofrades expedida en Roma por el Papa Inocencio X en el año 1654, a sólo unos meses antes de fallecer el pontífice en la ciudad eterna el 7 de enero de 1655.