No es difícil apelar a la nostalgia cuando caminas entre zarzales llenos de frutos negros que ya se resecan, o contemplas los membrillos panzudos que amarillean al sol de este veranillo de san Miguel que parece no querer marcharse de entre nosotros. Entonces piensas que todo es perecedero y que la vida pasa, que nosotros pasamos sobre la vida para repetirnos año tras año en una misma rutina: la de vivir.

Recuerdo esta huerta de don Pío, frondosa, llena de arboleda, con un camino de grava custodiado a un lado y a otro por árboles frutales, que conducía desde la verja de la puerta hasta la casona. Ahora está pelada como rastrojera castellana, exenta de verde y de vida. Tardé mucho en saber a qué se debía su nombre, luego supe que fue llamada así por pertenecer a la familia del que fuera ministro de hacienda, don Pío Pita Pizarro, con el gobierno de Pérez de Castro (1838) y natural de esta villa. De tarde en tarde venía con mi madre y mis hermanos. Mientras Gerardo Garrido, oriundo de Ourense, tenor como mi padre en la coral de Benavente, se perdía en los recuerdos de sus años futboleros allá por Galicia, o en los no tan lejanos vividos junto a mi progenitor; mientras repetía para que todos escucharan las mismas historias, o entonaba con gran voz la canción tan triste como bella, de "La Negra sombra". Cuando sentados en las hamacas en torno a él, tomaban café con pastas, refugiados del sol bajo el paraguas de un gigantesco árbol de camelias que esparcía su penetrante aroma, yo me perdía entre los bancales de la huerta cazando gorriones con mi tirachinas o me acercaba a las ruinas soterradas, último vestigio del convento de los Jerónimos. De lo que fuera un importante monasterio que albergó un colegio en el cual se impartía Teología y Arte, de su antiguo esplendor solo quedaban los escombros.

Otro tanto de lo mismo ocurrió con el convento de San Francisco entre cuyas ruinas, tarde tras tarde jugábamos o guerreábamos en bandas los muchachos y amigos de La Soledad. Posiblemente por cualquiera de aquellas ventanas o por los largos corredores, se asomara y corriera un fraile llamado Toribio sin saber que un día llegaría a fundar la Puebla de los Ángeles y evangelizar las tierras de México.

Cuando los ignorantes, que son muchos, hablan del genocidio cometido por España en la conquista de América deberían leer a Motolinía, la defensa que de ellos hace en su "Historia de los indios de la Nueva España". Por esta razón, después de muchos años de esfuerzo en la promoción de los nativos, el misionero pudo decir con gran satisfacción: "Hay indios herreros y tejedores, y canteros, y carpinteros y entalladores... También hacen guantes y calzas de aguja de seda, y bonetillos, y también son bordadores razonables... Hacen también flautas muy buenas". O el testamento de Isabel la Católica: "e non consientan e den lugar que los indios vezinos e moradores en las dichas Indias e tierra firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas e bienes; mas mando que sea bien e justamente tratados. E si algún agravio han rescebido, lo remedien e provean, por manera que no se exceda en cosa alguna de lo que por las Letras Apostólicas de la dicha concessión nos es inyungido e mandado".

Pero no solo este benventano participó en la Conquista de América. ¿Quién no ha oído hablar de los trece que cruzaron la raya con Pizarro? "Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere".

"Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros instantes de la duda, se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas de los valientes, que, en número de trece, pasaron la raya". (José Antonio del Busto)

Y allí cruzó la raya otro benaventano, Alonso Briceño que participaría en la conquista de Nicaragua y en la del Perú. "Afirmaba ser hijodalgo y sabía firmar", según narran las crónicas. Aún no cumplía los veinte años de edad cuando pasó a América a probar fortuna. Sirvió en Nicaragua a órdenes de Luis Maza, pasando luego a Panamá. Se alistó bajo las órdenes de Francisco Pizarro, acompañando al capitán en los viajes que emprendió hacia el sur y que dieron como fruto el descubrimiento del Imperio de los Incas.

¿Y qué decir de Diego de Losada? Gran conquistador y colonizador de tierras americanas nacido en 1511 en Rionegro del Puente. A los 15 años entra al servicio de la casa de los condes de Benavente para, 10 años más tarde, embarcarse a América junto con su amigo Pedro Reinoso. En 1567 fundó, en honor a la patrona de su lugar de nacimiento, la villa de Nuestra Señora de la Carballeda en la costa venezolana, pero, sobre todo, su mayor gesta fue la fundación de la ciudad de Santiago de León de los Caracas, actual capital de Venezuela.

No cabe duda de que si seguimos rebuscando en la historia encontraríamos muchos más compatriotas que tomaron parte en la colonización de las tierras descubiertas.

Pero estaba recordando aquellas reuniones casi familiares bajo el camelio, junto al magnolio, escuchando las historias salpicadas de humor de aquel gallego que llegó a ser entrenador del club de fútbol de Benavente. Oyendo el croar de las ranas a orillas de la ría vecina, hoy cubierta, pero que puede uno seguir su antiguo curso en un agradable paseo.

Al final Gerardo, tras haber pasado una por una las hojas del álbum de fotografías, entonaba cualquier romanza de nuestras entrañables zarzuelas.

Regresaba a casa con una sensación de bienestar, pero llena de nostalgias porque aquellas historias me habían acercado al recuerdo de mi padre al que apenas conocí.

Hoy algunos plantean el dilema de si es o no es necesario el cambio de fecha para celebrar la fiesta nacional como si tuviéramos que avergonzarnos de haber llevado a cabo tal magna hazaña en la que fue posible ensanchar el mundo y hacer que más de 500 millones hablen y se entiendan hoy en español. No es extraño que, aunque rústicos o malhechores, la gente que acompañaba a nuestros conquistadores sintieran repugnancia al ver cómo los indios se comían los corazones de sus víctimas o realizaban decapitaciones y degüellos ceremoniales. Es de suponer que la respuesta ante tales sangrientos rituales provocara el rechazo de los clérigos y religiosos que llegaban al nuevo mundo con una razón: evangelizar.

Juzgar aquellos hechos ahora pasados los siglos, después de tantos genocidios y luchas y compararlos con la gesta del descubrimiento, es algo que carece de sentido común. Parece que algunos intentan hacernos creer que fue cierta la leyenda negra, la opinión contra lo español difundida a partir del siglo XVI que recorrió el mundo como opinión desfavorable y generalizada sobre hechos infundados.

Pero así somos, destruimos más que edificamos. Da envidia escuchar cómo cantan con letra los himnos nacionales en los campos de fútbol mientras nosotros solo sabemos decir la, la, la. Da envidia ver cómo la gente luce la bandera de su país sin complejos y orgullosos de llevarla.

Al final tendremos que reconocer que España es diferente.