El vandalismo urbano que estamos sufriendo en los últimos tiempos en la ciudad de Benavente es una terrible lacra que afecta directamente al bolsillo de los ciudadanos, daña la imagen de la ciudad y provoca conflictos de convivencia. No podemos permanecer impasibles ante los destrozos que se producen en el mobiliario urbano, en los parques, en las fachadas y hasta en los escasos monumentos que tenemos recordando la rica historia de la ciudad los vándalos dejan su huella. Los desalmados destructores de los bienes públicos están convirtiendo el "hacer daño" en una forma de ocio propio de sociedades en progresiva decadencia.

Es fácil atribuir toda esta barbarie callejera a jóvenes adolescentes descontentos ante la actual crisis económica, al consumo de drogas y al alcohol. Crisis económicas en las que los jóvenes fueron los principales perjudicados ya las hemos padecido con anterioridad, el consumo de drogas y alcohol no es algo nuevo y no por ello hubo un incremento tan alarmante como el actual de destrozos callejeros, por lo que tenemos que buscar las causas de estas conductas, entre otras, en la deficiente educación que les estamos proporcionando y en los modelos en los que ponen su punto de mira.

Familias y escuela deben ir al unísono en cuanto a la educación de los jóvenes, pero percibo que el núcleo familiar, cada vez más desestructurado y esclavo de una sociedad altamente consumista y competitiva, está dejando, equivocadamente, una parte muy importante de la educación de los hijos en manos de la escuela. La "educación en valores", que tan en boca de todos está, es cosa de todos, pero principalmente de las familias que son las que deciden qué quieren y necesitan sus hijos. Es evidente que la educación se tiene que complementar con la formación dada en la escuela, pero soy consciente de la dificultad que presenta cambiar de un día para otro la pedagogía de los docentes, centrados en cumplir escrupulosamente con los temarios impuestos, por una educación encaminada a formar ciudadanos responsables, respetuosos con los demás, demócratas y solidarios. El diseño e implantación de un modelo educativo coherente y duradero en este país es una asignatura pendiente que los responsables políticos, por egoísmo partidista, no han sido capaces de afrontar.

Si la educación que reciben nuestros jóvenes y no tan jóvenes deja mucho que desear, los cargos públicos, que deberían ser una referencia válida de conducta a seguir, nos sorprenden un día sí y otro también con conductas impropias del cargo que ocupan. Nos estamos habituando, y esto es lo peligroso, a que los escándalos protagonizados por estos servidores públicos sean la "normalidad" y la dimisión o el cese por cometer un error, que les inhabilita para ejercer dignamente su función una "excepcionalidad". La madurez de una sociedad democrática se demuestra con la conducta intachable de sus representantes y con la asunción drástica de responsabilidades cuando cometen una equivocación.

Hace unos días, un teniente alcalde del Ayuntamiento de Benavente protagonizó un hecho que en principio no debería haber trascendido más allá de la infracción grave, así tipificada en la Ley sobre Tráfico, Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial, que supone aparcar su vehículo en una zona de estacionamiento para uso exclusivo de personas con discapacidad. El hecho en sí es grave porque, como conductor, debería conocer la importancia que tiene para las personas con movilidad reducida disponer de las escasas plazas de aparcamiento que tiene la ciudad de Benavente. Lo preocupante es que, además de ocupar ese espacio reservado, se enfrenta de manera inapropiada a través de las redes sociales con el ciudadano que fotografió la infracción cometida: "¡Por supuesto que te vi hacer la foto! ¡Vuelve hoy a la misma hora y la repites! ¡Y si de verdad estás libre de "pecados" lanza las piedras que quieras!".

Estas actitudes son las que provocan malestar y desconfianza entre los ciudadanos que llegan incluso hasta dudar que los agentes de la autoridad sean imparciales a la hora de hacer su trabajo y sancionar al cargo público como a cualquier otro ciudadano. Estas actitudes son las que hay que eliminar de raíz porque, las disculpas a posteriori y las explicaciones a medias tintas, muchas veces forzadas por la presión social, dejan un poso amargo, dan pie a malentendidos y a la sensación de impunidad que parece que ostentan algunos representantes del pueblo.

Tengo la impresión de que la educación en valores tardará en llegar y que la regeneración política que todos anhelamos se retrase mucho más de lo que todos esperábamos. Todo esto es un freno a la evolución de una sociedad hacia el respeto absoluto de los bienes comunales, por lo que, comenzando por el seno familiar, debemos hacer un esfuerzo de concienciación y denuncia para erradicar de una vez por todas las conductas vandálicas que afean y estropean la ciudad. No esperemos que los demás hagan nuestro trabajo y empecemos por nosotros mismos. La ciudad es de todos y todos la debemos cuidar.