A Pepa, "la Bella", la abuela de Pobladura del Valle y una de las personas más longevas de la provincia, se le apagó la luz cuando los últimos rayos de sol de este domingo ya no penetraban por los ventanales de la galería de su casa. De su hogar de toda la vida en la calle las Fraguas, junto al arroyo Ahogaborricos que tantas veces cruzó sus aguas Josefa Merino González y cuando su cauce estaba seco en la época estival, le obligaba a duras faenas de acarrear hasta el río Órbigo las talegas con la ropa para su lavado. Con el jabón hecho por ella misma con tocino y con sosa.

También con los últimos rayos de sol de la tarde del lunes, Pepa la Bella recibía la despedida de sus seres queridos, de sus familiares y vecinos con unas exequias fúnebres en la iglesia donde se venera a su querida Virgen y a su patrón el apóstol santo Tomás. Sus restos mortales fueron trasladados hasta el cementerio de la localidad.

Pepa "la Bella" fallecía con 104 años y no llegó a la segunda centena como se cataloga a los que sobrepasan la privilegiada edad de 105 años. Pocos meses le faltaron, porque el Día del Pilar, el 12 de octubre, Josefa Merino, la venerable abuela de Pobladura del Valle llegaría a cumplir 105 años.

Pepa, Josefa Merino González, "la Bella" como así la han venido llamando en el pueblo y los alrededores, y por cuarta generación, debe su cariñoso apelativo a su bisabuela y eso, "¿por qué iba a ser?" preguntaba Josefa a su padre. La respuesta era obvia, "porque era guapa" le decía su padre Martín a la joven Pepa. Aunque Josefa Merino no sólo era bella por naturaleza, de apodo, sino por su quietud y dulces maneras en expresarse y, sobre todo, por su azarosa y entregada vida haciendo bien a los demás. Porque el don de su padre Martín, arropado por su esposa Margarita y madre de Josefa, pasó a buenas manos. Pepa llegó a arreglar más cuerpos que muchos médicos. Sus manos lograron curar infinidad de roturas de huesos y encajes de articulaciones.

Hasta hace pocos años, Pepa "la Bella" seguía sanando torceduras de huesos y haciendo ganchillo, su delicada pasión, hasta que la luz de sus ojos se le apagó. Hasta que se le apagó la luz de su tan generosa vida.