Pocos sabrán, porque a pocos nos importa ya la biografía de Adolf Hitler, que el constructor del Tercer Reich poseía un talento extraordinario para el dibujo y la arquitectura. Que viajó a Viena con el propósito de ingresar en la Academia de Bellas Artes. La historia de Europa y del mundo se decidió con aquel suspenso y hubiese sido otra nuestra historia si el joven enclenque y de bigotín y hubiese llegado a ser artista.

Pero Adolf quedó en un simple pintor aficionado, realista, alejado de toda connotación que no fuera figurativa. Él mismo diría más tarde en uno de sus discursos: "Las obras de arte que no pueden ser entendidas por sí solas, sino que necesitaban de un libro con instrucciones pretenciosas para justificar su existencia, nunca más le llegarán al pueblo alemán". Nunca fue capaz de entender el arte moderno alegando que era degenerado, producto de judíos y bolcheviques. Se quemaron o destruyeron un gran número de esas obras y para muchos de los artistas este fue solo el principio de los muy difíciles tiempos que estaban por venir. Max Ernst, Kandinsky, Paul Klee o Courbet, Oskar Kokoschka, Emil Nolde y muchos más fueron considerados como artistas corruptos.

Pero, así y todo, de ese arte envilecido surgieron las figuras de los grandes maestros que hoy llenan los museos de todo el mundo y copan las subastas con los precios desorbitados de sus cuadros: Van Gogh, Delacroix, Monet, Picasso, o Tapies por no añadir muchos más.

"Detrás de cada dictador hay un artista fracasado". Es la tesis del escritor italiano Errico Buonanno. Muchos dictadores han cultivado en la intimidad una faceta artística al mismo tiempo que castigaban y reprimían a la población.

"Cada tarde, después del café se encerraba un ratito a pintar. Era un gran dibujante. Algunos de sus cuadros eran copias de otros famosos, algún retrato de mi madre, su autorretrato. No eran excepcionales, pero sí de una calidad y realismo casi inalcanzables para la mayoría de aficionados a la pintura", dice de Francisco Franco su nieto.

Tanta era su afición que celebró la vuelta de Salvador Dalí a España en 1952, al que profesaba gran admiración. Incluso se hicieron amigos e intercambiaron regalos. Solo así se puede explicar el empeño de la alcaldesa de Madrid por eliminar el nombre de su calle.

Sí puedo testificar esta pasión en otro de ellos, Teodoro Obiang Nguema, actual presidente de Guinea, un muchacho como yo que pasaba las horas viéndome pintar bajo la lona de una tienda en el campamento de Covaleda.

Aquel arte, al que apellidaron degenerado, dio a luz al mejor arte contemporáneo y a una intelectualidad que ha marcado la cultura en este último siglo.

El DRAE define la arrogancia como la "condición de altanero, soberbio; gallardo, airoso". Nietzsche decía que lo propio del carácter alemán era una mezcla de arrogancia y de servilismo, toda una premonición de lo que iba a suceder más tarde.

Siempre me gustó la frase de Albert Camus en la que dice que a la vida se la vence con el desprecio. Ser arrogantes sí, para enfrenarse a ella pero no valerse de la arrogancia para caer en el egoísmo.

Partiendo del concepto originario de Platón, Ortega y Gasset definió como pleonexia el aumento, el henchimiento personal. Para el filósofo español "vivir es crecer ilimitadamente", pues "cada vida es una oportunidad de expansión hasta el infinito". En todo caso "los límites para ese crecimiento son impuestos desde fuera, por otros, pero no existen realmente para el individuo". Según esta idea orteguiana, la pleonexia supone no anclarse plácidamente en lo que se es hoy. Se trata de no ser nunca conformista y andar siempre en busca de la mejora del individuo.

Digo todo esto a la vista de lo que está ocurriendo en nuestra vida política. La nueva casta, porque ya son casta, quiere reducir a cenizas y jubilando a lo que una y otra vez apelan machaconamente como vieja política, sin darse cuenta de que ellos mismos son hijos de esa política caduca. Imponer una política iconoclasta, una ruptura total con todo lo anteriormente conseguido es peligroso.

Primo de Rivera dijo, "si España quiere suicidarse, nosotros se lo impediremos". Pero impedir no es tampoco la solución porque cuando se habla de imponer es atentar contra la democracia. Ya lo percibía Machado al hablarnos de las dos Españas que parecen irreconciliables.

Y vuelvo al arte; por un lado, la modernidad no aceptada por los nazis, por el otro, el arte clásico, cuando vemos que ambos pueden convivir y así ha sido a través del tiempo.

Y es que si repasamos todo lo escrito por nuestros mejores autores vemos que coinciden en lo mismo: "El territorio nacional se divide en dos campos enemigos irreconciliables" (Pío Baroja)

"De entre todas las historias de la historia, la más triste es la de España, porque termina mal". (Jaime Gil de Biedma)

Pero me quedo con el verso de Blas de Otero al que puso música Víctor Manuel para la voz de Ana Belén: "España, camisa blanca de mi esperanza". ¿Pero es tan difícil ponernos de acuerdo? ¿Es tan difícil dejarse de mirar al ombligo y escuchar la voz del pueblo? Pues parece ser que sí. Esos reproches, ese y tú más, esas vueltas al pasado, esos recordatorios guerra civilistas, esos ataques a la Iglesia, a lo que para algunos huele a naftalina, ¿a dónde nos conducen?

Cuando la educación naufraga y los estudiantes se echan a la calle, cuando las listas de espera crecen, cuando el trabajo merma, cuando la inseguridad aumenta, cuando los sueldos son precarios, en una palabra, cuando hay problemas urgentes que resolver, siguen interpretando nuestro voto según sus criterios partidistas.

El discurso incendiario, leninista y con un énfasis que tanto nos recuerda a la retórica comunista del siglo pasado; un discurso perfectamente elaborado por Pablo Iglesias con un final de teatro, muy cercana su oratoria a la empleada en esa misma cámara por Blas Piñar, fundador del partido ultraderechista Fuerza Nueva, rompió la atonía y el aburrimiento de una jornada soporífera.

El beso fue otra puesta en escena que nos recordó el otro beso dado entre Brezhnev y Honecker durante el 30 Aniversario de la República Democrática Alemana en junio de 1979. Un acto pasional que instala en el Congreso la nueva estética a la que debemos de ir acostumbrándonos.

Si perfectamente pueden convivir Las Meninas con el Guernica, si pueden estar unas, Las Tres Gracias culonas de Rubens, junto a las desfiguradas Señoritas de Avignon de Picasso, de idéntica manera podrán hacerlo camisas remangadas con cuellos encorbatados. Lo que importa es la palabra porque tiene el vigor de crear o de destruir. Porque contiene la fuerza más poderosa que posee la humanidad: la energía y el poder que puede ayudar, sanar, obstaculizar, dañar, humillar o matar.

Lo malo es cuando esa palabra se emplea como pura retórica, vacía de contenido y dicha para complacencia de la propia parroquia; cuando uno se la adueña para acumular los votos necesarios que les otorgue el derecho a ocupar las poltronas.

"El individuo es el poder creador de diferencias" (Ortega y Gasset)

Del "márchese, señor González" al "desaparezca, señor Rajoy" han transcurrido muchos años y no hemos aprendido nada de nada. Del "habla pueblo, habla" al abucheo y los escraches hemos recorrido un camino difícil para llegar a una meta equivocada.

"España, camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza por acercarse solo a mirarla. Paloma buscando cielos más estrellados donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar". (Blas de Otero).