Hacía ya muchos años que un 3 de febrero no lucía el sol en Brime de Sog. La niebla de primeras horas de ayer abría el firmamento para que los rayos de sol penetrasen con todo su poderío en una fiesta señera en esta localidad como es la de su copatrón san Blas.

Los vecinos, agradecidos por disponer de un mediodía radiante en el que el santo protector de los males de la garganta salía a la calle. Una pequeña imagen que ya no es portada en andas ante el temor "de que se caiga". Pero eso no ocurre porque su reducida plataforma se ha sujetado bien este año con un debido anclaje.

Pocos son ya los vecinos de Brime de Sog que acuden hasta la iglesia para venerar a san Blas en su fiesta. Pocos, porque la población de este pueblo vidrialés se ha visto mermada con creces y sus habitantes forman parte ya de un colectivo casi exclusivo de jubilados. No obstante, los vecinos de Brime de Sog se resisten a perder su fiesta y es el único de la zona que todavía procesiona al santo por las calles. Quizás porque en Brime de Sog, donde se celebra un buen número de fiestas, la segunda del año, después de san Antonio, es una de las más arraigadas recordando tiempos atrás en los que en las inmediaciones del templo se convertían en un zoco de mercaderías.

Salía a la calle el obispo mártir san Blas enfilando una comitiva hasta el Barrio de Abajo, el más despoblado de esta localidad separada en dos por su iglesia y camposanto. La comitiva le rezaba al santo mientras se iban turnando los devotos portadores de la imagen. La llegada a la iglesia olía a incienso porque el párroco fue generoso con el aroma durante el oficio religioso como se precia en las solemnes ocasiones en las que el turiferario se hace notar. Aquí el párroco Aurelio Miguélez desempeñaba todos los papeles porque como ocurre en una buena parte de iglesias los monaguillos brillan por su ausencia y más aún en una jornada laborable. "La alegría en un día festivo hay que compartirla para que la alegría sea auténtica", decía en su homilía el sacerdote poniendo el énfasis en la biografía de san Blas.

Tras la misa, el párroco ofrecía a besar las reliquias del santo. Unos huesecillos atribuidos a san Blas y que muchos devotos acercan sus labios con honda devoción sobre la pequeña urna. Para no perder la costumbre.