Sueña el que a medrar empieza, / sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende, / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende.

Este monólogo que Calderón de la Barca hace recitar a Segismundo en "La vida es sueño" refleja el estado de angustia al que estamos sometidos ante la continua indecisión de optar por esto o por aquello; por ser o no ser, por decidir o dejar que nos arrollen los acontecimientos.

Dice Sartre que: "Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir".

Uno de los viejos recuerdos que aún flotan en lo más hondo de mi memoria es el puzle de secuencias con las que algunas veces me vuelvo a recrear, pero que ya no me fascinan como cuando las descubrí por primera vez. Me refiero a la película de dibujos animados de Disney "Fantasía". Más tarde, al tener edad para razonar y tener un criterio propio, pensé que lo que me había seducido de aquellos dibujos, además de los personajes, fueron las siete piezas clásicas que formaban la estructura de la película. De igual forma me ocurrió con otra película enternecedora: "Los cuentos de Hoffman". La música de Offenbach, que era envolvente, tiene la magia de traspasar la pantalla y alejarnos de la sala para recrearnos en nuestras propias fantasías. Una barca que nos sumerge en el gran lago y que, lentamente, se va aproximando a nosotros y que se transforma en invitación a la nostalgia, como la voz del viento.

En mi primera visita a las cuevas del Drach, en Mallorca, a pesar de su rebuscada teatralidad, cuando todo se hizo oscuridad y el silencio era roto por el chasquido de los remos hundiéndose en el agua, subidos en la góndola; cuando tras las estalactitas iba surgiendo una luz débil que lentamente cambiaba de color asemejando el amanecer, entonces, en medio de aquel silencio de cartuja, sonaron los primeros compases de la "Barcarola". Regresé a mi niñez y a otra barca: la de mi fantasía. Desde "Titanic" y "La vida es bella", se ha empleado machaconamente esta partitura, e incluso Elvis Presley usó la melodía para cantarnos "Tonight is so right for love" y que mejor es olvidar, porque no hay forma más fácil de destrozar una composición tan bella como cuando se desconoce quién la compuso y por qué y para qué esa inspiración.

El Diccionario de la RAE define la "fantasía" como: Facultad de la mente para reproducir en imágenes cosas inexistentes o de idealizar las reales.

Cualquiera de las dos opciones me gusta, aunque para la primera sea necesaria una capacidad para imaginar lo que no existe. En la segunda, se da por hecho de lo que imaginamos existe, y si no es así lo tendremos que hacer existir sometido a nuestro capricho.

No hay cosa más fácil que engañar a un niño, ni cosa más cruel que desengañarle.

La semana pasada escribía que se avecinaban tiempos difíciles y que los hombres de estado, si es que aún queda alguno después de varear el árbol, deberían entender que su tarea no es nadar sobre los resultados que han obtenido sus partidos tratando de no hundirse, si no subirse todos al bote salvavidas para tratar de que no nos ahoguemos todos.

Es triste ver el espectáculo que ayer dieron algunas ciudades desnaturalizando las cabalgatas de los Reyes Magos. Desde la astracanada de Las Tres Gracias que se sacó de la manga, por no decir de otro sitio, el alcalde de Valencia, que ni Rubens, por muy orondas y macizas que estaban, las elevaría a la categoría de obra de arte; hasta el neoplasticismo y la modernidad que impulsaron los diseñadores a la que desfiló por las calles de Madrid.

Cuando desde mi ventana vi pasar las tres carrozas de aquí me volví niño. Una sola vez me pintaron la cara de negro para simular a Baltasar y me dije nunca más. No era adrenalina lo que supuraba por mis poros, era emoción, era tristeza y fantasía. Tocar la cabeza de un crío que llora, o dejar el paquete de tabaco sobre la cama de un anciano que también llora, es algo inolvidable. Por eso no perdonaré nunca cualquier atentado que se haga contra esta noche mágica que absolutamente a todos nos ha dejado marcado el recuerdo de nuestra infancia.

Disfruté de esa noche porque volví a ser niño hasta que una sonrisa, unos ojos, un abrazo que me deseaba paz, me devolvió a este mundo.

De ahí mi cita anterior del padre del existencialismo: "Soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir".

Seguro que muchos de los padres esa noche soñaron un poco y prolongaron más su vida, primero esperando que los hijos se durmieran y luego, despertando muy temprano para seguir soñando junto a ellos.

Hacía tiempo que no veía amanecer acompañado, no de la quimera, pero sí de amigos. No de la soledad, pero sí de resucitarme a la ilusión dormida y así sucedió en mi noche de Reyes.

¿Tengo que dar las gracias a la magia? Alguien dijo que para que esta se cumpla, primero hay que creer en ella. Yo sigo creyendo.

¿Y ahora qué disculpa o qué excusa ponemos para seguir escondiendo nuestras armas y prolongar el alto el fuego que nos dimos antes de Navidad?

Sobre la mesa o en el frigo, los restos de turrón o de lechazo. Las cajas esperando para volver a encerrar en ellas los adornos y las guirnaldas, las velas y los árboles artificiales. Y en la calle, lo de siempre: el banco esperando que liquides el exceso que has gastado. Hacienda que declares lo que has ocultado. El carnicero, el panadero, la peluquería e incluso la farmacia, haciendo cola para que nos pongamos al día.

Ahora nos damos cuenta de lo difícil que es vivir sin que la lotería, ni los Reyes Magos, hayan mirado para nosotros aliviando un poco el peso de la crisis.

Volvemos al vivir de cada día, a la difícil tarea de hacer ingeniería financiera para calcular cómo podremos llegar a final de mes porque la extraordinaria ha dado para poco. Y encima, la vecina mirando tras la ventana a ver lo que depositas en el contenedor para sentenciar como siempre: no, si ya decía yo que estos vivían por encima de sus posibilidades. Puta envidia.