Este tiempo de Navidad, o de natividad o como quieren llamar algunos: fiestas de invierno o llegada del solsticio, tiene un denominador común: el sentimiento de la unión, el acercamiento a la concordia, el despertar la conciencia de que aún es posible la paz. Pero sobre todo, que bajo ese disfraz de la hipocresía con que se nos llena la boca al felicitar las pascuas, existe el milagro de hacernos niños y de contemplar al adversario con otra mirada menos arisca, menos amenazadora. Es el invento de la tregua en la que mientras esta dura, deponemos las armas, las ideas, los desprecios y las ingratitudes, y por qué no, los odios y rencores.

No solo a Ebenezer Scrooge, el personaje de los cuentos de Dickens, se le aparecen los fantasmas en las vísperas de Navidad, sino que me temo son espectros que en un momento u otro se nos manifiestan a todos nosotros. Y no es que, como él, seamos hoscos y avaros; que huyamos de la gente que nos rodea para vivir en una sórdida misantropía, no. Tampoco, aunque ganas sintamos de vocearlo, tratamos de convencer a los demás de que las navidades son "paparruchas". Callamos nuestra tristeza, ahuyentamos la nostalgia y bebemos el dolor más amargo ahogándolo en las burbujas del cava.

Por eso se nos aparecen esos tres fantasmas: el espíritu de las navidades pasadas, el espíritu de las navidades presentes y el espíritu de las navidades futuras. Y nos zarandean. Y el primero de ellos nos lleva a otros lugares, otro hogar o el mismo hogar, pero lleno de vida y de recuerdos infantiles. El otro nos hace caminar del brazo de los amigos, de cuantos nos rodean, con los que hablamos y reímos. Al último espíritu, no le podemos poner rostro porque no lo tiene, porque es silencio, porque, simplemente, es un mar plano, un cielo sin nubes y una barca a la orilla esperándonos para navegar.

Nos llegan tiempos de incertidumbres, de muchas dudas y para algunos, de poner a prueba su responsabilidad.

Hay recuerdos que los que ya mesamos canas no podemos olvidar y menos aquel que, como un tatuaje, quedó grabado sobre el brazo: la cicatriz de la vacuna contra la viruela. Eran tiempos de vacunarse contra todo: contra el sarampión, la gripe, el tifus, la tuberculosis. Incluso nos vacunaban contra el pecado y el pecado de pecar, porque la sola visión del infierno nos inmunizaba ante cualquier tentación, aunque a veces era esta tan excitante que producía el efecto contrario y nos dejábamos atrapar por ella. No sé si serían necesarias tantas vacunas para crecer en medio de los años de carestía en que nos había dejado la guerra civil. De lo que sí estoy seguro es de que nunca nos vacunaron contra el hambre y la miseria. Jamás podré olvidar las colas y el olor a rancho que se desprendía del comedor del Auxilio Social ubicado en la Plaza Mayor. Ni a las jóvenes ataviadas con mandil blanco que, como obligación impuesta por la Sección Femenina, deberían cumplir su servicio ayudando a tantos afectados por la hambruna. Ni a Rosa, una mujer alta, enjuta que cocinaba el chicharro, la palometa o un caldo sin carne y sin apenas color y a su compañera Juliana. Y tuvieron que ser los americanos y su plan Marshall los que nos alimentaban en el patio de recreo de las escuelas públicas con la mantequilla y la leche en polvo llegadas en grandes botes de color dorado y que paliaban en gran medida la escasez de alimentos infantiles.

Son recuerdos en blanco y negro que no mueren y que gotean tristeza. Recuerdos de una España, también negra, que pedía a gritos libertad, pero como bien cantaba Jarcha, una libertad sin ira. Y tras cuarenta años llegó un día en el que, sin romperse las urnas, el pueblo habló por primera vez sin miedo.

Santiago Carrillo pudo pasearse exento de peluca por las calles de Madrid sin sentir tras él la sombra de la brigada social, Y Felipe González o Alfonso Guerra regresaban de Suresnnes sin que les retuvieran el pasaporte. Muchos no entendieron que Carrillo, el líder comunista, dijera a Fraga, ministro de Franco, en la conferencia del Siglo XXI: "Hemos convivido en la política. Gastamos bromas y otras veces discutimos civilizadamente. En ese sentido, nos hemos reconciliado. Nunca he planteado ninguna incompatibilidad con quienes fueron ministros y colaboradores del franquismo que luego apoyaron la Transición".

Eran hombres responsables con el momento que les estaba tocando vivir. Hombres de estado que cedieron en sus intereses de partido ante los intereses comunes de una nación que comenzaba a resurgir.

Ahora se habla casi con desprecio de esa vieja política. Creo que a los españoles nos interesa más cómo salir de la crisis, cómo poder llegar a final de mes, cómo consolidar las pensiones, cómo mejorar la sanidad pública o la educación. Acabar con la corrupción y la pobreza. Solo a ellos, a estos neopolíticos que se lanzan al ruedo como espontáneos, les preocupa más reformar la ley electoral o la reforma de la Constitución que les allane el camino para tocar pelo del poder.

Y ya que me he instalado en los recuerdos, os traigo otro más, el de las tómbolas. El sorteo del cajón sorpresa, las papeletas que repartían gratis para entretenernos mientras llegaba el momento de la rifa.

¡Qué cara salía al final aquella papeleta que alguien ponía en nuestras manos! ¿Quién pagaba todo lo que entre gestos de asombro extraían de aquel enorme cajón colgado? Indudablemente los mirones que nos amotinábamos o nos dábamos cita frente al camión cargado de sartenes, muñecas y cuanto uno podía imaginar.

"Puedo prometer y prometo?" y de aquella frase de Suárez se hicieron mil chistes. Nunca he creído en la multiplicación de los panes y los peces. El que ha querido comer lo ha hecho y lo sigue haciendo con el sudor de su frente. Y el derecho del hombre a matar su hambre nos lo presentan como castigo divino. Posiblemente lo que se nos avecina será una vacuna que debemos incubar en propia carne para bien o para mal. La viruela fue la primera enfermedad que el ser humano intentó prevenir inoculándose a sí mismo con otro tipo de enfermedad. Pero, como siempre nos advertía don Ventura Mariño al acabar las clases de química: los experimentos, con gaseosa.