Extendió la palma de la mano ante la gitana que, ofreciéndole un ramito de romero le pidió una ayuda a cambio de leerle el porvenir.

-Mire usted, aquí, en medio de este conjunto de líneas que asemejan el racimo de vías de las estaciones, está su porvenir.

Las principales son fundamentalmente cuatro: la de la vida rodea la base del dedo pulgar y refleja el desarrollo de la existencia del individuo, enfermedades, su longevidad, accidentes, etc.; la del corazón, que se extiende bajo los dedos, correspondería al carácter, a las pasiones y a los efectos; la de la cabeza, que cruza la palma en sentido oblicuo, informa sobre la vida intelectual, la propia inteligencia y la salud mental del individuo; finalmente, la de la fortuna, que corta la mano en dirección vertical, revela la prosperidad, las dificultades y los obstáculos.

¿La ve usted cómo se marca? ¿Cómo sobresale sobre las demás? Eso quiere decir que está de suerte. Invierta en la suerte y no se arrepentirá.

Le dio las gracias a la gitana mientas dejaba unas monedas en su mano oscura.

¡Tantas manos extendidas a lo largo de la calle en demanda de socorro! ¡Tantas demandas de pan para sofocar el hambre! ¡Tanta miseria acumulada o camuflada por vergüenza! Tanta limosna que dar; tanta amarga inutilidad cuando ya no queda un céntimo en el bolsillo con el que socorrer al que pide?

-Hay días en que es mejor no salir de casa. Y eso que procuraba llevar lo justo para sus pequeñas necesidades y lo justo también para socorrer a Pilar, la ciega de la esquina, Manolo, el alcohólico, al que ya no lo quedaban ganas de vivir; a Mario, el tullido y por último, a Manolita, la estatua viviente que como un autómata ofrecía la flor cuando alguien depositaba una moneda en su platillo.

Jamás el corazón se acostumbra a estas injusticias de la vida, ni a estos repartos en el que a unos se les concede con exceso y a otros se les niega.

-Lo que digo, mejor no salir de casa.

Pero aquella mañana, la gitana no le había hablado de hambre, ni de enfermedades, ni de necesidad, simplemente, le había hablado de esperanza y de ilusiones. Y ya se sabe que cuando a un derrotado se le habla de perspectivas, de nuevos rumbos, de prosperidad, las lágrimas se convierten en escarcha que se evapora, la tristeza en sonrisa y las mañanas se hacen más luminosas.

Algo parecido le ocurrió a Margarita tras descubrirle lo que le revelaba la palma de su mano. Volvió a mirársela y a recorrerla con el dedo. ¿Sería verdad que estaba tan cerca su fortuna?

Al pasar junto al despacho de loterías comprobó que nada le quedaba en el monedero pues, como cada mañana, ya había repartido entre todos su pequeño caudal.

-Tendré que regresar mañana.

Como siempre, al llegar a la plaza se instaló en el banco y las palomas que ya echaban de menos su presencia, revolotearon sobre ella. Al instante extrajo de la bolsa de plástico la migajas de pan y la bandada aterrizó para picotear a su alrededor. Puntual en sus manías y en sus escasos quehaceres, dejó que transcurriera el tiempo hasta que las campanadas del reloj marcaron el mediodía despertándola de su sueño. Un sueño que le llevaba a otro tiempo, cuando, junto a Ricardo, recorrían los puestos donde se vendían toda clase de adornos y de figuras de navidad. Ahora, apenas un villancico, un trozo de turrón blando, una canción o un pino donde colgar sus recuerdos.

Un niño pasó a su lado disfrazado de Papá Noel y se detuvo ante ella tocando la pandereta. Regresó a su casa para continuar con sus soledades. Para repetir sus rutinas. Para huir del agobio que suponían las calles en aquellos días. Al pasar junto al despacho de loterías vio arremolinada la gente gritando, bebiendo y cantando.

-¿Qué ocurre señor?

-¡Que ha tocado el premio gordo aquí!

Entonces se acordó de la gitana y volvió a mirar la raya de su mano.

Mi fortuna está escrita pero solo escrita.

Y se alejó triste a dar de comer a sus palomas.