En la introducción de su libro "La serie de los desastres de la Guerra de Francisco de Goya y Lucientes", J. Enrique Peláez Malagón nos dice lo siguiente: "Los desastres de la guerra, obra de la última etapa del pintor aragonés, se ha convertido con el tiempo en una serie de estampas intemporales que se pueden aplicar a cualquier conflicto bélico del mundo. La muerte, las torturas, el hambre, la enfermedad, la insolidaridad..., son todos desastres que envuelven a cualquier guerra mostrando la cara más amarga del ser humano".

Pero no es solo nuestro pintor más universal el que ha dejado la impronta del miedo y de terror en sus obras.

El miedo que nos atenaza y no nos deja ser libres y solo nos deja una opción: "El grito".

O la contraposición al miedo, la valentía, la huida hacia adelante, el enfrentamiento ante lo inevitable: la muerte. Eso es lo que también nos depara Goya en "Los fusilamientos de la Moncloa", el gesto temperamental del mozo que ofrece su pecho a los fusiles que se lo van a perforar.

O la incertidumbre de lo venidero, del suceso próximo como nos lo muestra el pintor francés Delacroix en su "Balsa de la Medusa".

Y así podríamos hacer un repaso a lo largo de la historia de la pintura para darnos cuenta que los artistas, desde Altamira, nunca fueron ajenos a los sucesos que le tocaron vivir, hasta llegar a Picasso con su descomunal "Guernica" y los desastres del bombardeo. Sobre este cuadro se han escrito muchas historias: que plagió estampas e imágenes de la Biblia visigótica mozárabe del siglo X que se encuentra en el Archivo del Museo de la Colegiata de San Isidoro; que se inspiró en el mito de Teseo en el que Zeus toma la forma de un toro para raptar a Europa forzándola a la unión con aquel y del cual nacería Minos? ¡Qué más nos da de dónde tomara Picasso la inspiración! Pero estoy seguro que no sería fruto de un feliz sueño, sino de la peor de sus pesadillas.

"Cualquier creación artística es también un acto de destrucción" escribió el autor sobre su obra y no estaba exento de razón.

Aunque llegado a este punto, yo me quedaría con cualquiera de las arpilleras de Manolo Millares en las que el pintor canario enfatiza el sentido destructivo de las perforaciones, desgarros, cosidos y recosidos que eleva el valor de la materia que le sirve de expresión. El rojo sobre el blanco o el negro es tan terrorífico como el toro picassiano.

El miedo es una emoción que nos asusta, algo que nos puede hacer daño, la percepción de un peligro inmediato. El Bosco, Blacke, Francis Bacon, Pollock, incluso Tàpies, expresaron ese miedo en sus obras.

Es el mismo miedo que ha dejado vacías las calles de Bruselas o las de París tras el ataque terrorista. Es el mismo miedo silencioso de todo aquel que asistió al partido en el Bernabéu, por muchos cinturones de seguridad que tuvieron que sortear. Es el mismo miedo que sentimos todos al salir a la calle y nos vemos frente a frente con unos ojos oscuros y una barba larga que nos miran fijamente.

Cuando fui a París la primera vez aún vivía Picasso. Nuestro paisano Baltasar Lobo me enseñó su estudio en Montparnasse y me entregó un bono para el metro. Pigalle mantenía el encanto del vicio, y la sensualidad se paseaba por las calles del brazo de las mujeres que hacían la "trottoir" con rostro cansado, ojeras repintadas y labios rojos como fresas. Desde el interior de los burdeles llegaba la música del acordeón, y ellas, en las aceras, caminado despacio, de arriba abajo, medida la distancia, insinuando su disposición a ocuparse con cualquiera que quisiera pagarles su servicio.

Un poco más arriba, la Place du Tertre, la plaza plantada de caballetes donde los pintores, auténticos artistas, parecían parchear el París de las nostalgias.

París vivía los últimos estertores de su bohemia y era "un tiempo que los menores de veinte años no pudieron conocer cuando Montmatre descolgaba sus lilas bajo sus ventanas", como canta Charles Aznavour.

Un París de leyendas envueltas en absenta. El París de Cezanne, Renoir, Degas, Lautrec, Manet o Van Gogh. Un París de hambre romántica y donde soñar con la gloria.

Desde la escalinata del Sacre Coeur uno puede contemplar, rendida a sus pies, la Ciudad de la Luz.

Hoy esa luz se ha enturbiado, una luz roja como la sangre, unas calles por las que circula la locura y el miedo.

Cuando escuchaba "La Marsellesa" en boca de orfeones improvisados, me vino a la memoria otro cuadro de Delacroix: "La libertad guiando al pueblo". La escena de un pueblo en efervescencia levantado contra las resoluciones reales decididas a suprimir por decreto al Parlamento y la libertad de prensa.

¡No pasarán! Fue el grito de los milicianos que defendían Madrid en la garra civil, y pasaron. Hoy desde las tribunas barnizadas y con banderas tricolores se grita lo mismo, pero también han pasado. Palabrería para acomodar sus conciencias.

"Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó. Más tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó. Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde." (Bertolt Brecht)

Mañana solo quedará en el recuerdo el grito de los rehenes que tuvieron la suerte de sobrevivir a la matanza. El sonido de las bombas y las detonaciones de armas automáticas. ¿Y luego? Luego a atrincherarse para que no se vuelva a repetir en Londres, Berlín o Madrid.

Hay momentos en los cuales los que están comprometidos con la Historia han de actuar. Lo dijo primero Emiliano Zapata, lo repitió el Che y luego La Pasionaria: "Prefiero morir de pie que vivir de rodillas".

Como decía el pintor malagueño: "Quiero que mis cuadros se defiendan, que resistan al invasor, como si tuvieran hojas de afeitar en la superficie, así nadie puede tocarlos sin lastimarse".

Nos seguirán matando y los vivos que quedemos seguiremos llevando velas y manojos de flores. Pero eso es un pobre homenaje a los muertos que piden justicia.