"¡Mira cómo la bailo!", dice Diego Negro a sus hermanos. No se refiere a la canción del verano, sino a la peonza que con habilidad lanza al suelo para que gire y luego sostiene en la palma de su mano sin que pare de dar vueltas.

Como Diego, son muchos los niños y niñas de Benavente que no quieren jugar con otra cosa desde el pasado curso, volviendo a poner de moda uno de los artículos que más usaron sus propios padres y abuelos en la niñez.

La "culpa" la tiene el campeón del mundo de peonzas, el argentino Víctor Regis Arévalo, que tras realizar exhibiciones en los colegios de la ciudad ha logrado que la mayor parte de la clase se enganche a este habilidoso juguete en el que puede más la precisión que la fuerza.

Elena Martínez, de diez años, dice que quedó "maravillada" tras ver en clase a "este señor" y nada más llegar a casa le pidió a sus padres que "me compraran una".

Una de sus amigas de la piscina, Elsa Vázquez, también de diez años, afirma que el visitante la sacó frente a la clase "para hacer un truco y como me salió bien me regaló la peonza".

Andrés Colmenar, con ocho años, no sólo hace bailar la peonza, sino que coloca la cuerda en el suelo y levanta el objeto sin que pare de girar sobre este fino hilo. Es lo que llaman "el alpinista y es el que mejor se me da", dice.

Niños y niñas teclean en Internet "Trompos Cometa", nombre comercial de estos peones, para aprender nuevos trucos y equilibrios y enseñarlo a los amigos.

Los padres ven con buenos ojos la moda, como explica José Carlos Martínez, quien prefiere "ésto a las tablets, al menos juegan en la calle". Coinciden los adultos en que "eran mejor las de madera", con esa punta metálica y el sonido que hacían al impactar contra el suelo. Ahora se fabrican con plástico duro y se les ponen llamativos colores.

Rafael Regueras, kiosquero en el barrio de Honduras, asegura que "las existencias de este juguete han llegado a agotarse, generando listas de espera".

El precio del artículo puede variar desde los diez euros hasta los treinta, en función de su tamaño y del tipo de malabares que se quiera hacer con ellas.

Lo que no tiene precio es volver a ver bailadores de peonzas a pie de calle.