El número 26 de la calle Cervantes, el inmueble adquirido en 2004 por el equipo de gobierno del PSOE en la calle Cervantes con el propósito de alojar el museo etnográfico de la ciudad, pasará a mejor vida en el plazo de dos meses tras llevar tiempo amenazando ruina y tal y como fue comprado. La Comisión de Patrimonio ha dado luz verde al derribo tras estudiar un informe del departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de Benavente y de visitar el inmueble. Se mantendrá la estructura, algunos capiteles, la fachada con el arco de medio punto de la entrada y un superficie empedrada de apenas dos metros cuadrados. Poco más.

Los benaventanos pagaron 79.000 euros en 2004 por su adquisición, que se hizo permutando un terreno municipal del mismo precio. El coste del derribo se acercará ahora a los 30.000 euros y viene impuesto por el mal estado del edificio. Hace años que los técnicos municipales confirman que su situación era ruinosa y en el último año el deterioro aconsejaba una solución. En una visita programada con tres constructores, estos fueron de la opinión de que era imposible sostener el edificio. «Su estado siempre fue ruinoso», precisó ayer la actual edil de Urbanismo, Meri Martínez, que recuerda que los intentos realizados desde el año 2007 por buscar alternativas y aligerar el coste del proyecto previsto inicialmente por sus promotores, no obtuvieron el visto bueno de Patrimonio.

El equipo de gobierno socialista de Manuel García Guerra con el entonces arquitecto municipal José Juan Barba a la cabeza, anunciaron un proyecto millonario para rehabilitar el edificio, que tendría también, como el Centro de los Ríos, una cubierta de cobre que se oxidaría con el paso del tiempo. El coste del proyecto superaba el millón de euros para empezar. Los bocetos y la maqueta de la restauración para hacer «un edificio nuevo cuya presencia sea notoriamente nueva», como entonces anuncio el arquitecto, todavía se conservan.

El Portalón del Mayorazgo, nombre que figura en la ficha del catálogo de este edificio, era ayer una ruina en todos los sentidos, según pudo comprobar este periódico. El interior, sucio y de paredes desmoronadas cuando no resquebrajadas, es una suerte de almacén de restos de automóviles, objetos inservibles y tierra caída de las paredes de adobe. Durante buena parte de la mañana tres operarios se dedicaron a extraer las vigas de madera podridas de la cubierta y a bajarlas a un camión con una pluma. Derribar el edificio llevará dos meses y buena parte de este tiempo la calle Cervantes permanecerá cortada al tráfico.

El edificio que iba a ser museo y por el que el erario público habrá desembolsado 100.000 euros, pasará a ser una estructura vacía más mantenida por el Ayuntamiento. El portalón seguirá en su sitio.