Con atuendo de camuflaje, una camiseta estampada donde aparecen varios lobos bajo la luna, y un pantalón de caza: Óscar Maniega García, vecino de La Torre del Valle, de profesión y vocación cetrero. El difícil manejo del noble arte de la cetrería es para Óscar Maniega su pasión, su vida. Incluso le ha acarreado algunos percances en el adiestramiento de aves: un buitre llegó a destrozarle completamente una camisa medieval. El no habla de aves rapaces, sí de aves de presa, porque la acepción de «inclinado al robo» que aparece en la Academia de la Lengua para la palabra rapaz no gusta al cetrero que mantiene que el ave caza para su sustento.

A Óscar Maniega, con solo seis años de edad se le salieron los ojos cuando su abuelo Donato, un avezado galguero, llevó a casa una perdiz que había matado un halcón. Su interés por el ave de presa motivó que el abuelo le llevase hasta el paraje de La Barrera en La Torre del Valle. «Alli vi los primeros «gaviluchos», pero no tengo palabras cuando vi a un halcón peregrino cazando palomas. Me impactó de tal manera que sentí pasión por tener una de esas aves», dice con vehemencia el joven cetrero quien pronto se hizo con las primeras aves a la vez que aumentó sus simpatías por las aves. «Todo animal y el ser humano están unidos por una energía especial que no se manifiesta igual en todas las personas». Óscar Maniega lo atribuye a una energía que se transmite entre ave y criador y él mismo siente esa simbiosis de la frecuencia energética. Como prueba de ello pone a Orenda, un águila de 3 meses, bautizada con el mismo nombre que los indios le daban a la energía, al poder mágico, explica Maniega sujetando en su puño izquierdo las garras de este señero ejemplar de la cetrería.

El joven cetrero se mantiene firme en su tarea de adiestramiento de las aves para perseguir el ansiado objetivo, el de ofrecer un bello espectáculo interactivo con el público, expectante ante los vuelos de estas aves de presa. Un adiestramiento que pasa por un primer paso, el de desvelar a las aves, para que no duerman en una o dos noches para que les domine el cansancio. El siguiente paso es el mimo, las caricias y «mientras más tiempo se esté con el animal, mucho mejor», apunta.

Un entrenamiento diario con estrategias diferentes dependiendo del tipo de aves, vuelos al puño las águilas o vuelos al señuelo en el caso de los halcones. «Eso sí, las instalaciones que estén muy limpias», resalta el cetrero explicando cómo cada clase de ave de presa precisa de un periodo más o menos duradero para su adiestramiento. «En unas puede durar unos 15 días y en otras unos siete meses, esto para volar suelto», apostilla.

Por las manos del joven Maniega han llegado a pasar cerca de 200 aves de presa en los 12 años que ejercita la profesión de cetrero. Ha llegado a tener 33 aves entre halcones, búhos, águilas o buitres, todas ellas de presa, según confiesa.

Este hábil cetrero prepara un espectáculo fuera de lo común. Hasta ahora viene participando por toda España en las programaciones de las fiestas populares o en sesiones para colegios e impartiendo charlas sobre la cetrería, aunque lleva un tiempo preparando un espectáculo nocturno donde intervienen las aves y el fuego, según desvela. El búho y la lechuza serán las estrellas junto a las antorchas, y el público será quien interactue.

Precisamente el público y sobre todo los niños son el referente de los espectáculos cetreros del joven Oscar Maniega quien colaboró de muy joven con Aurelio Pérez quien fuera halconero de Félix Rodríguez de la Fuente.