Es difícil que un objeto antiguo, imprescindible antaño, no esté en la colección de Daniel Huerta, jubilado de Santa Cristina de la Polvorosa, que eso sí, pone como condición que los utensilios hayan pertenecido a su familia. Han formado parte de su vida y están llenos de recuerdos. Cada uno de ellos tiene su pequeña historia que contar. Venturas y desventuras desgranadas por Daniel Huerga Gutiérrez quien a sus 73 años todos los días se dirige al almacén donde, colgados de los muros, se halla «parte de su vida», como a él le gusta denominar.

Su afición coleccionista, sin embargo, le viene de hace poco tiempo. «Tenía las cosas estorbando por ahí adelante y tenía ya que ponerlos en algún lugar». Desde su casa en Santa Cristina hasta la nave, a Daniel Huerga se le hace más ligero el camino cuando lo hace en bicicleta. Al entrar en este pequeño «santuario» se percibe que hay vida. Los apagados objetos se iluminan cuando Daniel abre las puertas y una ventana por donde los rayos de sol penetran ligeramente. Una camada de conejos campan a sus anchas en espacios delimitados por Daniel. Las gallinas también quieren compartir escenario en esta granja que, a la vez, es museo. Es precisamente el cuidado de los animales y el cultivo de la huerta inmediata, junto a la contemplación diaria de los aperos y utensilios lo que mantiene en forma a Daniel quien nació en San Cristóbal de Entreviñas y se casó en Santa Cristina, aunque vivió una docena de años con su mujer en su pueblo natal, pero la vida le deparaba la estancia prolongada por el tiempo en la localidad ribereña del Órbigo.

Campanero de por vida y coleccionista de afición, Daniel Huerga no deja de repicar las campanas cuando se lo requieren. Siempre hace de heraldo sonoro de felices y, en muchas ocasiones, tristes noticias.

Eso sí, cuando llega a su pequeño museo los años son eternos con los recuerdos y cortos con los agradables momentos contemplando piezas de madera, de hierro, de lino, de paja, de mimbres, de latón. Desde un sencillo instrumento con mango y a su extremo, dispuestas en cruz, cuatro hojas de corte, que servía para picar la remolacha para alimentar a los animales. Ahora Daniel pica las manzanas para las gallinas, hasta varias alcachofas de la manguera de regar.

Pero uno de los utensilios que el vecino de Santa Cristina le ha suscitado siempre más curiosidad se trata de una traba, como si se tratara de una correa para sujetar las patas de las yeguas. El «cordel» está hecho a base de pelo, de la crin y el rabo de los caballos. A cada extremo, una sujeción de madera.

Otro instrumento antiguo y singular consiste en un grupo de bolas de madera a modo de las cuentas de un rosario que servía para embolar los potros con el fin de sujetarlos y que no echaran a correr, explica Daniel Huerga. Las heminas para medir el trigo, los costales o quilmas de lino para llevar el grano al molino, un tacatá e, incluso, la cuna donde dormía Daniel al poco tiempo de nacer. Cada uno de los objetos le evocan recuerdos a Daniel. No hay un orden en la colección, ni siquiera, los objetos y utensilios de hierro con los de madera u otros materiales.

Eso si, ¡cuántos recuerdos! La gran variedad de pajareras se mezclan con adoberas para fabricar los adobes de barro y paja, aceiteras grandes y pequeñas, cántaros, calabazas para el agua, lavaderos de madera utilizados por las mujeres para lavar la ropa, hasta zarandas carcomidas y la albarda de la burra que deja ver también «las tripas» de paja . Todo vale, porque todos y cada uno de estos objetos, están llenos de recuerdos.