Virginia ha coincidido en el tiempo con la revolución científica, con las dos guerras mundiales, con la organización de la Sociedad de Naciones, con la explosión demográfica del planeta, con el nacimiento y el ocaso de los países socialistas, con el inicio del conflicto árabe-israelí, con la descolonización africana, con el reconocimiento de los derechos de las mujeres y los niños, con la desintegración del bloque comunista y con dos reunificaciones alemanas.

Tenía siete años cuando naufragó el Titanic, 10 cuando Albert Einstein publicó la Teoría General de la Relatividad, 17 cuando Alexander Fleming descubrió la penicilina, 43 cuando se creó el Estado de Israel, 52 cuando nació con el Tratado de Roma la Comunidad Económica Europea, 64 cuando Neil Armstrong pisó la Luna.

Tenía dos años cuando Pablo Picasso pintó «Las señoritas de Avignon», 14 cuando fue inaugurado el metro de Madrid; 19 cuando empezó a emitir EAJ-1 (Radio Barcelona), cuando Juan de la Cierva probó el autogiro y cuando nació Telefónica; 26 cuando se constituyó la Primera República Española, 37 cuando Camilo José Cela publicó 'La familia de Pascual Duarte', 52 cuando salió a la venta el primer Seat 600, 63 cuando ETA cometió su primer atentado mortal, 71 cuando Adolfo Suárez se convirtió en presidente del Gobierno, 81 cuando España ingresó en la OTAN, 87 cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona y 104 cuando España ganó su primer mundial de fútbol. «Yo no he salido de Friera. Bueno, estuve en Zamora hace muchos años ocho días en el hospital pero tampoco conozco Zamora», dice, sacudiendo la cabeza.

Virginia Morán es la mayor de cinco, contando una hermana y tres hermanos, todos criados en Friera de Valverde. Se casó a los 20 años con Matías Cid, labrador de profesión y con quien tuvo cuatro hijos y una hija. Desde que murió su esposo, en 1986, viste de negro riguroso, como mandan sus cánones labrados a fuego. «No es mojigata ni meapilas. La educaron en que había un Dios y una Iglesia y ella ha vivido así. Se santigua antes de comer y enseñó a rezar a los biznietos antes de irse a la cama porque el padre era un descreído», comenta con una sonrisa aviesa José Luis González, marido de una nieta de Virginia.

La «abuela», como se la conoce en el pueblo, ha gozado toda la vida de una salud de hierro, sin una sola enfermedad ni dolencia de consideración, a pesar de la artrosis que padece y de haberse caído en numerosas ocasiones durante las dos últimas décadas. «No se ha roto ni un hueso, siquiera, y nos ha dado unos cuantos sustos con las caídas porque es muy nerviosa. Sonaba el timbre y salía disparada a abrir la puerta», explica José Luis.

Virginia caminó sin problemas hasta hace unos meses, cuando empezaron a fallarle un poco las fuerzas, lo que le obligó a moverse en silla de ruedas. Eso sí, su autoestima se mantiene en el nivel más alto, como demostró al fotógrafo, expresando su indignación por no haberse retratado de pie, como ella quería. «¿Por qué no me ponéis de pie?", se quejó «¡Pero si no se tiene usted de pie!», le indicó su nieta. «Sí, sí. Sí me tengo. Si me cogéis entre los dos, sí puedo» insistió.

Virginia trabajó desde pequeña haciendo todas las tareas del campo. Con un «uy de mí», dicho tan inherente a Friera como el arroz a la paella, la mujer recuerda la dureza de esas labores. «Uy de mí; había que segar a mano, había que hacer los haces, había que trillar?» enumera.

Y eso, por no hablar del trabajo en casa, sacando adelante a cuatro hijos y una hija: Augusto, Hermenegildo, Severiano -que viven hoy en Zumárraga (San Sebastián)- y Prudencio -que reside en Madrid- y Tránsito, la mayor, que falleció hace cuatro décadas a causa de un cáncer de mama. «Se me murió la hija. La única hija que tuve. La madre de Virginia», indica, señalando con la cabeza a su nieta y haciendo con tristeza un gesto de negación. Virginia no lo ha superado todavía. De hecho, cuando hace memoria para recordar los principales episodios de su vida, nombra ése inevitablemente y en varias ocasiones.