Salieron de sus pueblos con una ilusión y, sobre todo, miedo e incertidumbre. Les esperaba un interminable trayecto en barco hasta llegar a las Américas, períodos de cuarentena y una tierra totalmente desconocida. Así lo sentían los miles de zamoranos que se vieron obligados a abandonar la provincia en busca de un futuro más prometedor. Unos pocos consiguieron triunfar y ayudar a sus familias y pueblos, pero la gran mayoría vivió y murió con la añoranza en los ojos, incluso sin poder regresar. «Si en vez de un océano hubiera existido un camino hubiera salido andando para Zamora», explicaba Natalio González en 2004 con motivo de la visita de una delegación zamorana a Argentina.

Tanto en Cuba como en Argentina, los dos grandes destinos de la emigración zamorana, los sentimientos son similares y la emoción en los que nunca han regresado a su tierra natal permanece nítida. El vino rosado es el que más recuerdan los mayores, porque antes en los pueblos el que había en casa, el que se cosechaba con mezcla de uva, era también rosado, explican los responsable de las Casas de Zamora. Durante mucho tiempo al pan blanco se le llamaba en Cuba pan de harina de Castilla, una denominación que aún hoy se recuerda, como los platos mitad castellanos, mitad caribeños. La esencia, como sus sentimientos, permanecen intactos.

María Antonia Rodríguez, ya anciana, vivió la mayor parte de su vida en el campo sin saber que tenía derecho a mantener la nacionalidad española tras abandonar Fonfría, con 12 años, acompañada de su madre rumbo a Cuba. Si le preguntas si desearía regresar (en pleno 2005) no puede evitar recordar solo aquellos infernales viajes «¿Pero usted sabe lo que es atravesar ese mar?».

Otra mujer llegó a la isla en agosto de 1950 con su madre y otros cinco hermanos tras fallecer el cabeza de familia. «Parecíamos una escalerita». Emilia Barrero, de Quintanilla de Urz, pisó suelo cubano con 16 años. Los comienzos fueron duros, y para nada encontraron el panorama esperanzador que les había descrito un hermano de su madre. Antes de iniciar el viaje, este familiar les aconsejó que vendieran sus propiedades en el pueblo para pagar los billetes del barco y la documentación necesaria. Cuando las cosas se pusieron feas, recordaba, solo pudieron caminar hacia delante, qué remedio: «¿Regresar a qué, si en Zamora ya no teníamos nada». Gracias a la Operación Añoranza de 1995 pudo volver a pisar su pueblo. «Para mí fue una cosa muy linda» (entre sollozos).

Mariángeles Lorenzo piensa en sus nietos. Junto a sus padres y cuatro hermanos emigraron desde Puebla de Sanabria hacia Cuba el 10 de marzo de 1949 por la situación crítica que se vivía en aquel momento. Ella solo tenía 7 años. «Para mí fue muy difícil dejar mi casita y aquellas despedidas con llanto€ Pero eran cinco bocas que alimentar». Lo duro fue al llegar, cuando los padres se vieron obligados a repartir a sus hijos. Mariángeles se fue con una tía a la que nunca había visto, en Camagüey. «Era muy buena, pero primero me alejé de mi vida en Zamora y, nada más llegar€ Sentí mucho desamparo». De hecho, contaba, hasta los 13 años solo vio a sus padres una vez al año, en las vacaciones de verano.

Casi todos ellos disfrutaron, pese a las penurias de «La Tropical» y «La Polar», dos cervecerías que servían de punto de encuentro en parajes naturales, en armonía con construcciones que guardan la impronta de Dalí. Iban con sus comidas, las compartían con los paisanos y adquirían los barriles de cerveza. A veces€ gratis.

El abuelo zamorano de Cuba fue hasta 2005 Pascual García Ferrero, de 103 años. Poco antes pudo cumplir su sueño, conocer a su hermano Sabino, de 81, y que no había nacido cuando él dejó Melgar de Tera a los 16 años y se instaló en la provincia cubana de Pinar del Río, donde falleció en un modesto piso en el barrio Paso Quemado. Gracias a su pensión española podía vivir toda la familia: hijos, nietos, biznietos€ Quizá hasta algún vecino.

Llegó a la isla en 1919 y a pesar de llevar muchos años viudo no tenía reparos en responder a quien le preguntara qué es lo que más le gusta de Cuba: «Las cubanas». Genio y figura. Ya centenario aún, admitía, tomaba algún que otro vasito de ron. De la misma también relataba, con su medio hablar ante la falta de dentadura, pero con hilo de voz cuerdo, «la pulgada» que le cayó en 1911, o ese cometa llamado Iris y que asegura que vio en 1910. De la delegación zamorana que lo visitó en 2005 se despidió, agradecido, con una canción: «Dónde vas Alfonso XII, dónde vas triste de ti, voy en busca de Mercedes, que ayer tarde no la vi€».