No soy amante de los términos ingleses porque creo que la lengua española es mucho más rica en matices, pero aquí, lo siento, no encuentro palabra mejor que "huerting" para definir la actividad que -algunos y algunas- realizamos estos días.

El trasiego empezó hace semanas, pero todavía continúa porque rezagados siempre los ha habido. Se les ve escondidos, como plantados en pequeñas parcelas, pegados a mangos de madera, que terminan en planchas aceradas que hace tiempo llamaban azadas, zuelas, zoletas... Se curvan sobre el terreno, hacen puentes con sus cuerpos, pegados abajo por pies y manos. Mueven la tierra, la acolchan, la miman, separan cantos y yerbajos, siempre en actitud de oración, como si hablaran a lo que está tendido, en silencio.

Buscan tempero, el hurmiento que haga crecer lo antes posible lo que plantan. El huerto es la agricultura del cartabón, todo está controlado, cada palmo tiene sentido. Aquí tomates: de pera, gordos, de pata negra, amarillos... Allí los pimientos: italianos, cornetes de Sicilia, de Padrón. En aquella esquina, las cebollas: blancas, moradas, cebolletas. Y hay sitio para los calabacines, los fréjoles: clásicos, de palo, rumanos..., las calabazas, las batatas... Todo está allí.

El "huerting" es movimiento, no parar, aprovechar hasta la última gota de agua. Hay que estar pendiente de descabezar esa hierba cabezona que siempre se mete en medio. Y rezar para que no haya enfermedades.

Cuando llega la cosecha, si es abundante, hay que tener muchos amigos, o vecinos, o conocidos o lo que sea, para distribuir la mercancía. Aunque haya que ir casa por casa, no tiene que sobrar nada, aprovechar todo, que trabajo ha costado. Vaya si ha costado.