Vi una Zamora cosmopolita, mezcla de gentes, repleta de vida, que iba por las calles como va el Duero ahora: ocupando rincones y soledades, asustando a los patos, que andan despistados porque no conocen las corrientes nuevas. Jóvenes que llevan la primavera en la piel, parejas que no necesitan quererse porque alumbran el amor en los ojos, estudiantes de aquí y de allá que hablan un lenguaje universal, el de la sonrisa. Huecos que siempre están ahí, han desaparecido, qué milagro parece que los bancos desiertos, esos que llevan meses vacíos, estén ahora repletos, que desprenden calor, por fin, como el que viene de arriba. Que hasta eso ha cambiado, que el sol ya saca pecho y a la hora de la siesta lo vi ponerse tieso.

Hablé con quien decide en las cámaras bajas y lo que otro día hubiera sido negro, blanco nos pareció y no faltó esperanza, que los sueños no siempre fluyen en las horas más tristes de la madrugada.

Y bajé por los pueblos que ayer estaban secos. Caminé por sus calles y me paré con sus gentes. No solo había coches dormitando en sus forros. Pregunté por la vida y todos me respondieron. Me enteré que detrás de las casas de barro, hay quien ama y quien llora. Y que la condición humana respira sincopada cuando por detrás empuja el interés. Que nadie se ha quedado dormido, que lo que antes era silencio, ahora se ha tornado gritos de niños.

Pasé la mirada por el horizonte y el verde inmaculado del cereal respondió con un rayo. Ahora sí la belleza se metió en el cuadro y disparó los colores. El aire venía preñado de realidades.

Todo ocurrió bonito hasta que alguien lo soltó en la conversación. Y puso personaje y espacio al mensaje. "Ya lo dijo el ministro Josep Piqué en los años noventa junto a las aguas del Lago de Sanabria: Zamora, con el tiempo, será una enorme reserva de caza".