Anda la provincia en danza con las macrogranjas ganaderas, que sí, que no, que no sabe uno qué. Lo primero que hay que decir es que la posición contraria a la iniciativa, al menos públicamente, gana por goleada. A favor, que uno sepa, solo se han pronunciado unos pocos y todos bajo la premisa y el argumento del mal menor. Así lo ha hecho la Junta, la Diputación y el presidente regional de Asaja, Donaciano Dujo.

Es lógico que esta iniciativa tenga más detractores que defensores. Solo los promotores y quienes opten a trabajar en estas explotaciones las van a defender sin ambages. ¿Quién quiere malos olores y contaminación en el campo? Nadie que no tenga interés en el proyecto va a decir adelante. Es de pura lógica.

Pero en esta provincia, que se está deshaciendo con el sol y la luna, hay que ser ahora más realistas que nunca. No podemos ser escrupulosos. Nos estamos jugando el ser o no ser. ¿Alguien, de verdad, cree que aquí van a llegar inversiones dulces? No van a venir, no nos engañemos. Y las que lleguen vendrán empujadas por la presión popular o por el miedo de quienes mandan a perder votos. Pero de esas, pocas, seguro.

No hay alternativa, hay que aceptar las macrogranjas porque no hay otras iniciativas. Pero lo que sí hay que hacer es exigir a los promotores (si son foráneos, mejor) que contraten trabajadores de la zona y a la Administración que exija el cumplimiento a rajatabla de la normativa medioambiental, muy exigente, como no podía ser de otra manera. Y, claro, la Junta debería redactar un informe técnico sobre los proyectos de este tipo que caben en la provincia.

La despoblación es lo que tiene. Que deja amplios espacios vacíos. Nos sobra territorio, aquí y en el resto de provincias de Castilla y León. Hay que mimar el medio ambiente, pero también hay que comer, vivir. Mantener la provincia es una obligación. Y no parece que las macrogranjas vayan a perjudicar a las granjas ya existentes, al menos las de ganado porcino, sector que se mueve como la Bolsa.