Dicen que para curarse es imprescindible contar con un diagnóstico contrastado y la voluntad de querer curarse. Entonces estamos en el buen camino: no está todo perdido. Uno tiene la sensación de que, por fin, los zamoranos, la mayoría, coinciden en que la provincia se ha despeñado y está en caída libre. Ese es el diagnóstico: enfermedad que cursa con dolores de abandono, con problemas severos de movilidad, unas décimas de fiebre y la ateroesclerosis propia de un vejez que llega tras muchos años de trabajo a la intemperie.

Después de un tiempo de silencios más o menos comprometidos, más o menos conscientes, partidos políticos, empresarios y sindicatos de trabajadores se han dado cuenta de que el mal es profundo, con raíces. La sociedad en su conjunto mira hacia el mismo lugar, no hay nadie que silbe: Zamora está muy mal, esto tiene difícil arreglo, o hacemos algo ahora o esto ya no hay quien lo solucione, clama la calle. El diagnóstico ha llegado a todos y parece que hay coincidencia en aceptarlo. Ahora queda la segunda parte, que todo el mundo quiera curarse para lo que hay que consensuar un tratamiento y, después, aplicarlo sin vacilaciones. Y, por supuesto, que el tratamiento funcione.

Hasta los políticos, por fin, parecen preocupados y sonrojados por no saber parar la sangría poblacional. Se abre ahora un tiempo clave, de cómo lo manejemos va a depender, sin duda, el futuro de esta provincia que está perdiendo a velocidad de vértigo lo más valioso, los hilos jóvenes que la sujetan a la vida. Que nadie esconda la cabeza debajo del ala, todos somos responsables de lo que ha pasado y, sobre todo, de lo que está por venir.