Tenéis una capital y una provincia maravillosas, un paraíso escondido y repleto de cosas que sorprende cuando crees que te vas a encontrar con la nada". La frase es de un viajero que estuvo en Zamora por primera vez el pasado fin de semana. Se dio cuenta en tan solo dos días de nuestra forma de encarar la existencia: "¿Sabéis cuál es vuestro problema? Que no os lo creéis, que desprecias lo vuestro y así es imposible darlo a conocer, conseguir que vuestra riqueza patrimonial, natural y medioambiental se convierta en la principal fuente de riqueza".

Recordé sus palabras ayer, cuando un conocido me preguntó con sorna: "¿Pero por qué no llueve en esta provincia de mierda cuando lo hace en todas las demás? Estamos a la cola en todo, hasta en lluvia". Ahí está la raíz del problema, en esa sensación general que nos invade de que no hay solución, de que vivimos en un extremo del rincón de la paja de invierno. Donde no quiere nadie.

He escuchado muchas veces que los culpables de lo que nos pasa (a nivel colectivo, me refiero, que a nivel individual cualquiera se mete, seguro que hay mucho zamorano satisfecho) son los políticos, como si estos fueran extraterrestres o de Pernambuco (Brasil). Son los que nosotros queremos que sean. Y hacen lo que nosotros (otra vez me refiero a la colectividad) queremos. Si no, los cambiaríamos. ¿O no?

No somos emprendedores. Al revés, muchas veces criticamos a quienes tienen iniciativas. No sabemos vender lo nuestro. Al revés, hablamos mal del caballo y así nos va. Pero, por Dios, vamos a intentar cambiar. Y si no lo conseguimos, pues que alguien venda la provincia con todo dentro.

Y ahora, la niebla. Llueve una lluvia inútil de abajo arriba. Lo que nos faltaba. La humedad más seca y estéril, agua boba que no empapa.