No es casualidad, seguramente, que el edificio más alto de Zamora huela a polvo de cereal. Esta provincia también, cuando era visible en el mapa, olía a lo mismo. Y a leche de oveja con aroma a romero. La torre más alta de la provincia -48 metros y un "sombrero" de 15- ha sido levantada por Cobadú y es una fábrica de pienso compuesto. Si esta cooperativa tuviera varias réplicas en otros subsectores económicos otro gallo le cantaría a esta provincia. Así de sencillo, así de difícil.

Algún lector estará pensando ahora que "ya está este dándole coba a Cobadú" (hubo alguien, hace años, que me gritó a la entrada de un salón donde se celebraba una reunión para decidir el futuro de las muchas cooperativas de porcino: "¿Cuánto te pagan por defender a Cobadú? ¿A cuántas cenas te ha invitado Rafa para que apoyes su política de absorciones?". Me callé porque a quien no quiere escuchar no se le debe hablar.

Esta cooperativa se ha convertido en un símbolo de buen hacer para la provincia (ya, ya sé que tiene detractores, ¿y quién no?). Es un ejemplo por muchas cosas. El campo zamorano está tocado de ala y, sin embargo, Cobadú ha ido a más (en la última década ha crecido a una media de un diez por ciento anual y se espera que este ejercicio supere este porcentaje y alcance una facturación cercana a los 300 millones de euros).

Desde la torre más alta de la provincia todo se ve pequeñito y está uno más cerca de la esperanza que es la puerta de la ilusión. Zamora tiene que volcarse en su sector agropecuario, exprimirlo para que las materias primas queden en la provincia y sean transformadas en alimentos de calidad. Una fórmula tan obvia que hemos sido incapaces de ver. Nunca es tarde para que surjan emprendedores que quieran imitar a Cobadú. El campo es ancho y no tiene aristas.