¿Qué le pasa al cerebro de los zamoranos?

Desde hace un tiempo llevó dándole vueltas a este pensamiento. Y uno, muy engreído, ha ido más allá y ha sacado sus propias conclusiones. Me explico: debe haber también un cerebro colectivo, el que define el comportamiento de un grupo de amigos, una tribu -rural o urbana-, una provincia, una nación... que se mueve por unos mecanismos mentales idénticos.

Cuando llegué a esa conclusión, se me iluminó este cerebro tan incauto que me han dado y entendí: claro, claro, cerebro colectivo, ya, ya. El nuestro, el de los zamoranos, está envuelto en el tamiz del victimismo. Eso nos dicen todos los días los políticos y quienes mandan en general. Tienen razón. Por eso vemos las cosas tan negras. Somos incapaces de ver la realidad como se presenta. Todo lo que ocurre a nuestro alrededor está vestido con un plexiglás de pesimismo. Somos muy negativos. Debe ser cosa de vivir en el interior, en un lugar apartado de las grandes rutas de comunicación, el estar presenciando el declive de una provincia que ya pasó por su punto más alto, cuando lo que estaba de moda eran soldados y curas.

Yo lo tengo claro. Desde ahora, con mi cerebro de zamorano, voy a intentar ser menos victimista. Y cuando me digan que la provincia pierde 3.000 habitantes al año, les diré: ¿y qué? A más tocamos los que quedamos dentro. Cuando oiga alguna queja porque los jóvenes tienen que irse fuera a buscarse su futuro, les contestaré: así aprenden y engordarán su currículo. Cuando alguien cuelgue en Facebook que Zamora se ha quedado fuera del plan de reindustrialización del Gobierno, pensaré: mejor, así tendremos menos contaminación. Cuando lea que en la negociación del Gobierno con el PNV por los presupuestos se incluye una rebaja de la energía eléctrica en el País Vasco, contestaré: hay que ser generosos, ahí está la virtud...