Cómo alguien puede decir que Zamora no es hermosa¡ La frase se la escuché ayer, en forma de exclamación, al hombre de una pareja joven que se topó de frente y por sorpresa con el panel fotográfico que pende sobre lo que fue escaparate del Heraldo, en el nacimiento de la calle Santa Clara, y refleja una Zamora nocturna, coloreada de un rojo desvaído, en plena Semana Santa, con brillos espectaculares, una imagen aérea de la procesión, creo, que del Silencio, en el momento íntimo del Juramento junto a la Catedral. La ciudad duerme asediada por un sueño de colorines refulgentes que rompen el marco donde también se percibe la seo, silueteada por la cúpula bizantina revestida de gallones de piedra que engañan a la luz con falsos arabescos. El instante impresiona por su belleza natural, duele en lo más íntimo porque limpia lo más oscuro del alma: ¡Dios cómo cabe tanta armonía en lo material¡ No escuché la respuesta de la mujer de la pareja -quizás ni la hubo-. Yo sí la di por dentro: nadie puede negar la hermosura singular de esta tierra, sus valores naturales y artificiales, su tez de sombras y de luces, sus parques naturales, sus reservas cinegéticas, unos contrastes que ahondan en el interior de Galicia y Portugal, que navegan en la Castilla más profunda y se sumen por la gatera de los Arribes del Duero. ¡Zamora tiene tanto que ofrecer! Sin embargo, es uno de las provincias españoles con menos turismo. ¿De quién es la culpa? Ahí si que no hay duda, de los gestores que tienen la obligación de "vender" la provincia en el exterior. No lo han conseguido, no lo hemos conseguido. Y los intentos, a pesar de que han sido muchos, nadie lo duda, se han quedado en el camino. Esa es la gran asignatura pendiente. Los valores nos salen por las esquinas, pero no brincan las fronteras de esta provincia de pistola. 70 millones de turistas visitaron España el año pasado. Pocos pasan por Zamora. Los que vienen lo dicen: ¡Cómo alguien puede decir que Zamora no es hermosa!