Debe ser esa necesidad que todos tenemos de llenar los huecos que abre el tiempo. O de prestar contenido a las emociones, que bajan embaladas hasta el bajo vientre. No sé. O abrir el sentir, que lo tenemos prieto con tanta metedura de pata de politicastros al uso que tanto se llevan en esta temporada. Puede ser. O simplemente que necesitamos más que nunca que nos griten al oído para rebajarnos la cera informe que amenaza con dejarnos sordos, lo que encantaría al Poder con mayúsculas. Mejor sordos, mudos, ciegos y maniatados, así no hay protestas ni barullos. Me da igual lo que sea, pero es cierto: el mundo rural zamorano se está poniendo flamenco. Sí, sí, que cada vez el jondo llega más a nuestros pueblos y aflora públicamente en festivales y veladas, que ya ha salido de las bodegas y está colonizando las carpas festivas.

De unos años acá el cante del sur ha cogido velocidad en la Andalucía del Norte, expresión esta última muy acertada del gran Antonio Mairena. Muchos pueblos de la provincia incluyen en sus fiestas actuaciones de artistas flamencos, zamoranos y foráneos.

Esta semana, sin ir más lejos y que uno sepa, hay programadas actuaciones de cante flamenco en Roales del Pan, Castroverde de Campos y Coreses. Solo es un ejemplo de la fuerza que esta manifestación artística tiene en la provincia, avance en el que seguramente tiene mucho que ver la peña flamenca Amigos del Cante de Zamora.

Si el jondo avanza en el ámbito rural, incluso por encima del Duero, es porque en su barriga encierra la mejor manera de escenificar los sentimientos de siempre. En una seguiriya, una soleá o una bulería se esconde un universo de sensaciones pegadas, casi siempre, a lo que más importa, a esa necesidad que todos tenemos de llenar los huecos que abre el tiempo. ¿O no?