Qué interés va a tener cualquier persona por su trabajo si percibe lo mismo que hace 30 años?". La pregunta la lanza así, de sopetón, Manolo el de la tía Quica, un agricultor curtido en mil sequías de Tierra del Vino. No le contesto, no puedo, porque tiene razón. Antes le había dicho yo que los campesinos de ahora parecen no mostrar demasiado interés por sus cosechas, que no es que les dé igual, pero que tampoco tiran cohetes si como este año los rendimientos cerealistas casi duplican a los de la pasada campaña. "Estamos amortizados, periodista, nos han dormido con mil cuentos y ya nadie se conmueve por nada. Esto es lo que hay. Vamos tirando con las ayudas de la PAC y el que puede lo une a la pensión, que siempre es la mínima, y así vamos caminando hasta donde la senda se acaba". Nunca me imaginé que Manolo el de la tía Quica fuera un filósofo rural. Él, que sabe que me ha sorprendido, se embala: "Antes, el que tenía cien hectáreas de secano era el rico de la comarca; ahora con cien hectáreas solo sobrevives. Le dabas un kilo de trigo al panadero y te daba uno de pan; ahora, ya ves, el trigo a 14 céntimos y el pan, depende, pero por encima de los dos euros y si es selecto, ya ni se sabe... En esto nos han convertido, en menos que nada. Mi abuelo era pobre, pasó hambre, pero tenía ilusión, ahora nos la han robado, ¿qué robado? secuestrado a cambio de un plato de lentejas insípidas. Es lo que nos queda, periodista. Si las quieres las comes y si no las dejas, ja, ja , ja...". Lo que pasa es que los agricultores siempre habéis sido pesimistas, lo da la tierra, le intento replicar con una puya. "Ya, ya -me contesta-, nadie le pone puertas al campo; el que quiera que venga. Pero aquí no viene ni Dios, los chavales de los pueblos están deseando marcharse a servir gasolina, a lo que sea. Cosechón, cosechón... Echas cuentas y al final, ¿qué? Mierda".