Ahora entiendo un poco más el cabreo de los ganaderos que sufren ataques de lobos. ¿Por qué? Porque he vuelto a sufrir en mis carnes cómo un bien particular se evapora por la intervención de un ser público. Se lo explico.

Tengo en el pueblo varios cerezos que casi todos los años cuajan. Esto es, se cargan de fruto. Sin embargo, no es fácil probar las cerezas porque hay unos invitados indeseados que se las van comiendo poco a poco, según van manchándose de rojo. Son los estorninos, los tordos, aves voraces que en una tarde dejan los árboles limpios y pintan de verde intenso lo que antes era bermellón.

Los ataques son rápidos, furibundos, con saña. ¿Qué se puede hacer para evitarlos? Nada o casi. En los últimos años se han puesto de moda las redes de plástico. Los árboles se embalsaman para ser protegidos de los picotazos. Pues ni eso da resultados porque si la red no se ajusta bien, y les confieso que la operación no es sencilla, los pájaros entran por un rincón y se zampan las cerezas en minutos.

No se puede contar, por cierto, que, a veces, hay estorninos que quedan prendidos en la tela de araña plastificada y mueren. Y no se puede contar porque si se entera la Guardia Civil podría denunciar al dueño de la tela en cuestión por matar animales protegidos (lo mismo que ocurre con los lobos).

Hay propietarios que optan por un sistema más limpio y más barato (las redes cuestan cerca de diez euros) que es el de "adornar" los arboles con papeles de plata de colores que se pueden adquirir en las tiendas especializadas. Apenas funciona porque los tordos son más listos que el hambre. Pero, ojo, que tampoco se puede contar porque eso, el "adornar" el campo con papeles, es contaminar y también está sancionado.

Un consejo para calmar el cabreo: ir al cuartelillo de la Guardia Civil y denunciar a la Administración por robar cerezas. ¿Servirá de algo? No. Solo como desahogo temporal.