Alguien dirá que un debate electoral en la cumbre no tiene que entrar en detalles, en la economía doméstica; que su objetivo es abrir el melón de los candidatos, ponerlos en situación límite, desnudarlos para que se muestren cómo son cuando las cosas no vienen bien dadas. Puede ser. Por cierto, ¿quién programa un debate a las diez de la noche, que empezó más tarde y que acabó cerca de las doce y media? Este país se permite estos lujos. Será que como hay tantos parados, nadie tiene que madrugar al día siguiente. El detalle define a los programadores, los "debatientes" y los espectadores.

Plana fue la escenificación de tan aséptica, plana la intervención de los contendientes, vacía la imaginación política de los cuatro líderes más importantes del país. No hubo sorpresas. Más de lo mismo. Con estas mimbres el cesto del 26J no va a ser nada diferente al que salió del canastero diciembre.

Visto lo visto, como para echar en cara a Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera que no hablaran ni una sola palabra de ámbito rural, despoblación, agricultura, economía doméstica, desequilibrio territorial, muerte de la cultura agraria, desaparición de las señas de identidad del país. Nada de nada. Se enzarzaron en devanar el laberinto, en el hilo de Ariadna que conduce al poder, aunque para llegar a él haya que dejar pelos en los pasadizos húmedos y escurridizos de las cloacas.

Es lo que hay. Más de un 30% de indecisos entre los que sí están dispuestos a votar y ninguno de los cuatro líderes que optan a presidir el Gobierno (unos más que otros, claro) fue capaz de desgranar un programa creíble. O sea cuál va a ser la condición productiva de este país en los próximos años, en qué van a trabajar nuestros hijos, qué alternativas tenemos al sector servicios (turismo, principalmente) si vienen mal dadas. Nada.