Tenemos en esta tierra una condición más visible -y más retorcida- que en otras tierras, la de no valorar lo nuestro. Es como si lo que pariéramos aquí no fuera digno de elogio. Se da por hecho que lo que hacemos bien es propio de hacerlo. Y lo que no hacemos del todo bien, es un desastre. Ese sino victimista marca nuestra existencia y también la de nuestras obras. En pocas palabras, que aplaudimos más los fracasos que los éxitos.

Ejemplos hay muchos, pero como esta página es agropecuaria, voy a citar dos iniciativas del sector -hay muchas más- con las que Zamora tiene una deuda de reconocimiento: Cobadú y Gaza, y el orden es puramente alfabético. De la primera ya he hablado elogiosamente en algunas ocasiones (y lo volveré a hacer cuando corresponda, porque es de justicia) y de la segunda lo voy a hacer hoy.

Gaza es el emblema blanco de la provincia. Dentro de nada, en junio, va a cumplir cincuenta años de existencia. En medio siglo se ha convertido en una de las lácteas (cooperativa y transformadora) más reconocibles del país por su calidad). Es un sello de Zamora que, como suele ocurrir, valoran mucho más los zamoranos de fuera -y los que no lo son- que los de dentro. De hecho es una de las firmas con las que más pecho sacan los zamoranos foráneos.

Nació de la nada y ha alcanzado el casi todo. Antaño pusieron el carro y tiraron de él personajes como Santos Borbujo, Serafín Olea Losa, Félix Roncero Garrote... Y detrás ha estado empujando otro puñado de entusiastas convencidos, cientos de ganaderos bien asesorados por José Luis Calvo Rosón, Heliodoro Rodríguez y un rosario de técnicos muy bien preparados.

El proyecto está ahí, más vivo que nunca. Con un futuro blanco en tiempos muy grises. Zamora tiene ahora una oportunidad de reconocer un trabajo bien hecho. Un ejemplo a imitar. Vamos a ver.