Cada uno cuelga su felicidad o su tristeza -o las dos cosas- en el árbol que quiere. Los estados de ánimo, los problemas tienen muchas madres y padres. Y lo mismo ocurre con la felicidad. Los mismos colores son amados y odiados, dependiendo de quien los mire. De sus circunstancias, de su manera de entender el mundo y sus circunloquios. Nada es lo que parece, sí lo que representa para cada cual. Una montaña insalvable se convierte en granito de arena para algunos y algunas, que después se pueden ahogar en un vaso de agua, cuando alguien les hace saltar un charco.

Viene esto a cuento de lo que hoy les voy a contar. Que si no se lo adorno, me llamarían tonto o superficial. Les voy a hablar de uno -de los pocos problemas- que produce el exceso de lluvia en el campo: la hierba, la mala hierba para ser más exacto.

Los agricultores andan estos días como locos buscando atajar el problema, que es serio. El efecto de los herbicidas ha quedado minimizado por los chorros de agua que han caído sobre el campo -más de cien litros por metro cuadrado en la mayoría de las comarcas zamoranas en el mes de abril- y la hierba ha crecido a su antojo, llenando parcelas y cunetas, un mar vegetal que amenaza con llevarse al limbo una cosecha que apunta a excepcional.

Los -pocos- corrillos de agricultores que se ven estos días en los pueblos hablan de lo mismo. El campo vive alterado, a la carrera, en combate permanente por lo que está creciendo como la espuma y ahogando cebadas, trigos y todo lo que se cultiva. Si no se dan prisa, lo que apunta a cosecha excepcional se puede convertir en decepción mayúscula.

Siempre he oído que por exceso de trigo nunca fue un mal año. Pero sí lo puede ser por exceso de hierba. Ya ven, unos preocupados por su futuro político, otros por su condición profesional, y otros por la hierba, la buena y la mala. Así es la vida.