Europa demuestra cada día que más que madre es madrastra, un accidente de la naturaleza que une artificialmente un territorio labrado a punta de espada y "bendecido" por la cruz. 500 millones de consumidores que pagan con la misma moneda, la de la falsedad y el interés, que no son conscientes de que gozan de unos privilegios montados en la injusticia de una historia de saqueos y muerte. Europa demuestra cada día que es un ente artificial, parásito del devenir económico, adormecido por un supuesto bienestar que impide pensar más allá del interés particular y reduce los derechos humanos a la letra escrita.

Lo que está ocurriendo con los refugiados que huyen de las guerras, muchas de ellas consecuencia de un mapa artificial del mundo que diseñaron a su antojo las cancillerías europeas, es un gancho al mentón del movimiento europeísta, si es que algo queda en pie de una iniciativa basada en exclusiva en las buenas intenciones.

Lo triste -y trágico- no es que los estados cierren filas para conservar intactos los privilegios de sus súbditos. Lo peor es que los súbditos mucho blablablá y abogar por los derechos humanos, pero cuando alguien dice que la llegada de refugiados significa partidas presupuestarias para su mantenimiento y puede suponer perder algunos de los privilegios adquiridos, leches, la cosa cambia, bajemos la presión del acelerador. Pura hipocresía de unos ciudadanos que nacen con unos derechos adquiridos solo por el lugar del parto.

Pero ya no es solo que la cáscara se ensanche para tapar lo que viene de fuera. Es dentro, pura insolidaridad. Lo más reciente, el ataque de agricultores franceses a dos camiones cargados con vino español. Ya tiene canas la animadversión del campo galo al español. Y eso que todos estamos en la misma Europa, la de los mercaderes.